POV Armando
El sótano estaba en silencio, apenas iluminado por una lámpara colgante que lanzaba un círculo de luz amarilla sobre la silla metálica en el centro. El resto quedaba envuelto en sombras, como si la oscuridad misma se hubiera confabulado para vigilar. El olor a humedad, sudor y óxido impregnaba el aire. Allí, atado con las muñecas detrás del respaldo y los tobillos asegurados con cadenas, estaba el hombre del retrato. Su respiración era áspera, cargada de miedo, aunque intentaba disfrazarlo con una sonrisa cínica.
Yo permanecí unos segundos frente a él, observándolo en silencio. Mi corazón era un campo de batalla: por un lado, la rabia de saber que había intentado arruinar a Valeria, que había drogado a mi mujer para ponerla en la cama de otro. Por otro, el peso de lo que estaba por descubrir. Una parte de mí rezaba porque no mencionara a Carla. La había cuidado como una hermana. Ella me debía lealtad, yo le debía cuidado. Valeria no entendía ese lazo, pero para mí era sagr