Sofía
Nunca pensé que la paz hiciera tanto ruido.
Es curioso, porque siempre la imaginé como un suspiro suave, una especie de silencio reconfortante. Pero esta... esta paz que siento ahora se parece más a un latido constante, fuerte, como si mi corazón al fin tuviera permiso de latir con libertad, sin el peso del miedo o la incertidumbre.
El mar frente a nosotros está calmo, como si supiera que hemos sobrevivido a nuestra propia tormenta. El viento juega con mi cabello, llevándose consigo los últimos restos de duda que me quedaban. Me abrazo las piernas mientras estoy sentada en el borde del pequeño muelle que Alexander encontró “de casualidad”, aunque todos sabemos que él no cree en las casualidades. Él lo planeó todo. Como siempre. Solo que esta vez, lo hizo por mí.
—¿Estás bien? —su voz llega desde atrás, grave y suave a la vez.
No me doy vuelta. Quiero alargar este momento. Sentirlo acercarse. Olerlo antes de verlo. Escucharlo respirar.
—Sí —respondo, sincera. Y eso en sí ya es un