Sofía busca desesperadamente a Minerva, a pesar de que su pobre corazón sufre luego de ver semejante escena donde las inseguridades de su cuerpo vuelven a hacer estragos. Al llegar a la habitación de Minerva, toca la puerta. —Señora Minerva —susurra—. Señora Minerva, soy Sofía, necesito que hablemos, por favor.
La puerta se abre y ambas mujeres se miran. —Lo logré, señora Minerva —Sofía le sonríe con debilidad.
—Querida, entra —Minerva la deja entrar y luego observa que nadie las haya visto. Cierra la puerta con seguro.
Pero lo que ve Sofía sobre la cama de Minerva la deja helada. —Señora... ¿Qué hace esa arma en su cama? —La mira a ella con terror y a Minerva se le salen las lágrimas—. ¿Acaso usted...? —Ni siquiera pudo terminar de hacer la pregunta. Minerva se quebranta y abraza a Sofía, tomándola aún más por sorpresa.
—¿Está bien? ¿Quiere algo? —Sofía está angustiada—. ¿Necesita algo?
—Solo abrázame, querida —le pide con su voz entrecortada mientras las lágrimas recorren s