FELIZ LUNES MI AMORES, ESTA HISTORIA ESTA ARDIENDO ¿QUE PASARA? LAS LEO CHICAS
Francesca se queda pasmada al escuchar todas las palabras de Leonardo. —Perdóname —dijo con tristeza—. Te pido perdón, mi amor. Jamás me olvidé de ti, jamás. En mis pensamientos siempre estabas tú, cariño, y nuestros hijos… Luego no sabía cómo volver y darte la cara. Sé que no me crees —solloza—. No sabes cuánto lamento haberme perdido de los mejores momentos junto a nuestros hijos. Pero aún estoy a tiempo, por favor —se acerca y se arrodilla ante él—. Quiero recuperarte, aún te amo, aún me haces sentir ese fuego ardiente en mi corazón… Los niños sé que me van a amar y yo les voy a explicar todo lo que pasó. Lo entenderán, lo sé —en sus manos en forma de súplica—. No me alejes de ellos, Leo. Ustedes son lo único que tengo. —¿Lo somos? —Di Napoli la mira con soberbia—. ¿De verdad lo somos? —¡Sí lo son! —responde Francesca entre lágrimas—. Ustedes son todo para mí. —Dime, Francesca, quiero el nombre de los especialistas médicos que te entendieron. —¿Es en serio, Leonardo? Si no
—Cedric, habla por favor —Sofía está preocupada. —El señor Di Napoli ha dado una estricta orden. Los niños pasarán la noche en uno de sus hoteles, suite presidencial, por su bien. —¿Qué…? ¿Pero qué cosas dices? ¿Acaso él está loco? Ah, claro, seguramente quiere tiempo para pasarla con esa mujer. —No lo creo. Su voz era molesta. Algo más está pasando. Te dejaré un momento con los mellizos. Iré por sus pertenencias y regreso. —Pero… ¿Me dejarás sola con ellos? Se la llevan mejor contigo que conmigo. Déjame ir a la mansión. —La orden es que vaya yo. Los niños estarán bien, además, no están solos. —¿A qué te refieres? —Sofía está consternada. —Mi jefe es como si fuera el presidente. ¿Comprendes? Él siempre tiene seguridad, aunque no lo veas, y más los niños. Ahora, iré por ellos. —Por favor, Cedric, si tú sabes algo más de lo que esté pasando en la mansión, dímelo, por favor. —Lo único que te puedo decir es que en problemas de pareja lo más conveniente es no meterse. El j
Lucrecia tiembla al sentir ese fuerte agarre y la forma en que ese hombre la mira con desdén sin siquiera parpadear. —Lucrecia Rizzo —la menciona, y sin soltar el brazo, se acerca a ella, quedando frente a frente y dando la espalda a Sofía. —La mujer que está detrás de mí, Sofía Mangano, no la vuelvas a tocar —la sentencia—. Lucrecia pasa saliva. —Entra al apartamento, Sofía —le ordena Alexander Di Napoli. Mangano mira una vez más a Lucrecia, puede percibir su temor. Pedro no tendrá pesar de ella, no después de cómo la trató y le puso la mano encima. Eso jamás lo esperaba, y más porque Lucrecia aparentaba ser buena con ella, así que fue un golpe más para su vida. Ingresa al apartamento muy nerviosa, quedando Alexander y Lucrecia a solas. —Ustedes son lo peor que puede existir en Italia —reprocha la mujer—. ¡Todos se levantarán contra ustedes! —¿Quiénes? ¿Los ricos? A los cuales les llenamos el bolsillo cada día de dinero, así como se pretendía con su hijo, con la diferencia de qu
—¡Eres...! —Maggie muerde su lengua para no decir las groseras palabras ante los niños. —Maggie —Sofía la abraza—. No le prestes atención, te veré luego. En el horno dejé comida para ti —deja de abrazarla. —Está bien —sonríe hipócritamente—. No pasa nada, nos vemos luego, amiga —se despide—. Adiós, pequeños —agrega y mira a Cedric, quien porta una seriedad que pareciera que odiara a todo el mundo. Al salir del apartamento, Maggie maldice seguidamente a Alexander, mientras que Sofía está disgustada, pues Alexander es insoportable y de paso mala sangre. —Cedric, necesito hablar con la señora Minerva —pide Mangano, y Alexander se mete en la conversación. —Eso no será posible —su escolta le abre la puerta del auto, y los niños ingresan. —Estoy hablando con Cedric, no con usted —le rueda los ojos. —El señor Di Napoli tiene razón, señorita Mangano —dijo Cedric, y Alexander sonríe ingresando al auto. —Pero Cedric, no sé qué pasará ahora con la llegada de esa mujer. —Debemos
Cedric estaba tan concentrado hablando con Sofía que no se había percatado de la presencia de su jefe. Al alzar su mirada y verlo, se coloca de pie de inmediato, siente vergüenza de que lo haya visto relajado en horas laborales y más tomando vino. Pero la más impactada es Sofía con esa incertidumbre de si él la escuchó o no, y la verdad es que no lo comprende. ¿Cómo es que él está aquí? Se supone que está de viaje. Está llena de muchas preguntas, pero su mayor anhelo es que él no haya escuchado su confesión. —Señor Di Napoli, sea bienvenido —Cedric hace una mini reverencia, y Sofía no se atreve a voltear a mirarlo. La pobre está respirando con dificultad, siente que él está detrás de ella. Desea que la tierra se abra y se la trague. Su reacción fue tomar a fondo la copa de vino, y Cedric la mira con una diminuta señal de que se coloque de pie por respeto al jefe, pero ella no lo hace, sino que se sirve más vino. —Cedric, ¿dónde están mis hijos y qué mierdas pasó en este lugar? —se
—Dime lo que le dijiste a Cedric —le susurra al oído, y toda la piel de Sofía se eriza por esa sexy y ronca voz de Leonardo Di Napoli. —Solo fue... un error —hace su cabeza hacia atrás, el vino y sus consecuencias. Una bebida que parece inofensiva, pero que le ha sentado bastante mal a Sofía Mangano. Todo su cuerpo está deseoso y siente que le arde la piel por querer más del padre de los mellizos. —¿Error? —sonríe y eso la alborota más—. ¿A quién me quieres mentir, señorita? —se acerca más y la toma del cuello, haciendo que ella abra su boca y vuelva a soltar un gemido de gusto—. Estoy seguro de que si te toco, estás bien mojada —pasa su mano izquierda por la pierna de Sofía, la introduce por debajo de la bata—. Debo reconocer que este pijama te queda perfecto y que tu piel es algo que me tiene con la soga al cuello, lo carnosa que eres para mí, increíblemente eso me gusta. —Por favor, detente... No hagas más esto. —¿Si no, qué? No lo niegues, ambos queremos follar —llega su mano a
Sofía Mangano está cumpliendo años, emocionada por su celebración, donde ella espera el regalo especial de su novio Antonio Rizzo, quien lo es todo para ella. Su madre falleció hace tiempo y a su padre nunca lo conoció, por eso ha refugiado su amor en él y es su mayor ilusión.Caminando de lado a lado, ya completamente mareada, su mejor amiga Maggie la persigue con la mirada, son mejores amigas desde que eran unas niñas de 7 años. —¿Puedes detenerte, por favor?— le suplica cansada.—Lo siento, Maggie— suelta un largo suspiro —Estoy preocupada por Antonio, no contesta mis llamadas. Se supone que me iba a confirmar la cena para celebrar… ya casi es la hora de mi entrevista de trabajo—. Muerde su labio inferior y Maggie se coloca de pie.—Te dije que nos fuéramos a un antro, pero eres terca, esperando a ese imbécil que no lo pasa ni con agua—Amiga, no seas mala, él me quiere, solo que… su forma de ser es fría—. Baja su mirada.—Vamos, querida, tú mereces más que una cena. Ni siquiera el
—¡Lo sabía!— Maggie está botando chispas de ira. —¡Sabía que ese maldito poco hombre te estaba engañando!— Agrega con enojo. —No me lo recuerdes, por favor… no me siento bien —Lo lamento… no quiero lastimarte más. Solo quiero asegurarme de que no regresaras con él—. Al percibir el silencio de Sofía, frena su auto en seco. —¿Piensas regresar con ese malnacido? —Yo… no me siento bien. Hablaremos de esto luego. Por ahora, llévame a mi entrevista de trabajo, por favor. Llegaré tarde—. Seca sus lágrimas, está muy dolida por la traición de su novio. Lo ama; lo ha sido todo para ella. —Bien, no diré nada más del asunto. Solo… prometeme que luego de tu entrevista nos iremos a beber, ¿bueno? Que esa mala racha no arruine tu día especial, por favor—. Continúa manejando. —No te aseguro nada. Lo único que deseo en este momento es no haber visto esa escena. No sabes cuánto duele, Maggie—. Sofía cubre sus ojos con ambas manos para llorar profundamente, y Maggie pasa saliva. Sabe que Sof