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Mentiras en letra pequeña

El silencio se volvió mi aliado. Y mi castigo.

Esa noche no llamé a Adrián. No respondí sus mensajes, ni sus intentos de llamada. Me limité a observar la pantalla del móvil cada vez que su nombre aparecía, y a sentir un escalofrío recorrerme como si ya supiera que algo muy oscuro se escondía bajo ese traje perfectamente planchado.

Fui al espejo del baño. Me miré largamente.

Seguía siendo yo… pero también otra.

Una versión de mí que había bajado la guardia.

Una mujer que, sin saberlo, estaba siendo usada.

**

A la mañana siguiente llegué temprano al bufete. Antes que mis asistentes, antes que la secretaria. Cerré la puerta de mi oficina, bajé las persianas y conecté mi portátil. Ingresé al sistema con mi clave maestra y comencé a revisar todos los contratos de Adrián que yo había redactado.

Uno por uno.

Al principio, todo parecía en orden. Clausulas limpias. Lenguaje legal preciso. Nada sospechoso a simple vista. Pero con la vista aguda del que empieza a dudar, los detalles comenzaron a sobresalir como grietas en una fachada pulida.

Había una empresa llamada Teralux S.A., registrada en Panamá. Recordaba que se trataba de una sociedad que funcionaba como fachada para un fondo de inversión. Legal. O eso creía.

Busqué el documento que avalaba su existencia. Luego, los registros del beneficiario final.

El nombre que apareció me heló la sangre.

Erika Ramírez Torres.

Fecha de nacimiento: 1985.

Fecha de defunción: 2023.

Daniel no había mentido.

Adrián me había hecho firmar papeles para una empresa fantasma, usando a una mujer muerta como propietaria.

**

Revisé otros documentos.

La misma dirección repetida para distintas firmas. Cuentas bancarias en paraísos fiscales. Nombres duplicados. Firmas electrónicas que se veían… idénticas.

Era como si alguien hubiese construido un laberinto para esconder el centro de todo. Y yo, sin saberlo, lo había sellado con mi firma legal.

Lo más inquietante fue encontrar una transferencia a una ONG supuestamente humanitaria en Marruecos. Fui a la página web: no existía.

Fingí trabajar con Adrián. Lo representé ante organismos legales. Lo defendí. Y él, en secreto, estaba lavando dinero, manipulando registros y usándome como escudo.

Mi estómago se revolvió. Quise llorar. Vomitar. Golpear algo.

Pero en vez de eso, me serví un café. Fuerte. Sin azúcar.

La rabia me había secado el alma.

**

—¿Todo bien, doctora Mendoza? —preguntó Marcos, uno de los socios del bufete, cuando pasaba junto a mi oficina.

—Sí, solo un poco atrasada con unos casos —mentí.

No podía confiar en nadie aún. Tenía que ir con cuidado. Si Adrián tenía la sangre fría para hacer todo esto sin parpadear… ¿qué más sería capaz de hacer?

**

Esa noche llamé a Daniel.

Tardé casi un minuto en marcar. La vergüenza me pesaba como una piedra.

—¿Valeria?

—Sí. Quiero verte. Pero no en público.

Silencio.

—Dime dónde y cuándo.

**

Nos encontramos en un bar discreto del centro. No uno lujoso. Uno con luces tenues y mesas lo bastante separadas como para no ser escuchados.

Daniel me recibió con una mezcla de respeto y cautela.

—Lo sabías desde el principio, ¿cierto?

—Sospechaba. Pero tú eres muy buena, Valeria. Si te engañó a ti… no soy yo quien debería culparse.

Le mostré lo que había encontrado. Le entregué copias, nombres, rutas bancarias.

—¿Por qué ahora? —preguntó—. ¿Qué fue lo que te hizo mirar dos veces?

—Una fotografía —dije con voz apagada—. Y tu insistencia.

Daniel asintió. No sonrió. No se regodeó.

Solo dijo:

—Gracias por confiar.

**

Me quedé observándolo mientras tomaba notas. Era distinto a Adrián. Menos pulido, menos encantador… pero más real. Había una honestidad en su mirada que no se podía fabricar.

Cuando terminó, me miró a los ojos.

—Esto puede volverse peligroso, Valeria. Si Adrián sospecha que lo estamos investigando…

—¿Qué? ¿Va a amenazarme? ¿A callarme?

Daniel se inclinó hacia mí.

—Ya lo hizo con otras. Mujeres que desaparecieron de sus negocios como si nunca hubieran existido.

Tragué saliva.

—¿Qué tan profundo es esto?

—Lo suficiente para que varias personas importantes quieran que siga oculto.

**

Salí del bar con el corazón latiendo como un tambor. Volví a casa sin mirar atrás, cerré la puerta con llave, y me senté en el piso del salón, en la oscuridad.

Mi teléfono vibró.

Adrián: “¿Todo bien, mi Valeria? Hoy no supe de ti. Extrañé tu voz.”

Me quedé mirando el mensaje. No respondí.

Ese hombre que decía extrañar mi voz estaba construyendo un imperio con sangre, mentiras… y mi firma.

**

Esa noche tomé una decisión.

Si Adrián quería jugar… yo también sabía cómo hacerlo.

Y esta vez, no sería la víctima.

Sería la mujer que le demostraría que subestimarme fue su peor error.

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