El final del juego

Nada de lo que ocurrió después fue casualidad. Todo era parte de la jugada final.

Las últimas piezas se habían colocado con precisión. La cámara oculta en la celda no fue una coincidencia. Daniel, con la ayuda de la jueza Ramírez —quien había logrado esquivar la suspensión impuesta por los contactos de Adrián—, había desplegado un rastreador en la base de datos que usábamos para los documentos legales filtrados. Sabía que Adrián lo usaría. Sabía que, en su soberbia, lo confiaría todo a su red de control.

Y lo usó para encontrarme.

**

La madrugada siguiente a mi grabación, lo sentí.

El silencio era distinto.

Ya no era denso… era tenso.

Como si alguien contuviera el aliento.

Y luego, el sonido.

Un pequeño clic metálico.

La cerradura.

Me incorporé, el corazón latiendo con fuerza. No sabía si sería Adrián… o Daniel.

La puerta se abrió.

Adrián.

Solo.

Con una pistola en la mano.

—Se acabó el teatro —me dijo, su voz más temblorosa que amenazante—. Tus amigos creen que me han vencido. Pero no entienden con quién están jugando.

—No se trata de ellos —dije con firmeza, sin apartar la mirada—. Se trata de ti. De cómo construiste todo esto creyendo que podías controlarlo todo… incluso a mí.

Él sonrió, pero sus ojos estaban desesperados.

—¿Qué te prometieron? ¿Protección? ¿Redención? Nadie te va a salvar, Valeria. Porque ya eres parte de esto. Estás tan sucia como yo.

—Puede ser —susurré—. Pero yo elegí salir.

En ese instante, la ventana de concreto de la habitación se quebró. Un pequeño dron voló hacia adentro, girando en espiral mientras proyectaba una luz roja sobre Adrián. Segundos después, un estallido ensordecedor hizo vibrar las paredes.

—¡Policía! ¡Al suelo!

Adrián levantó la pistola hacia mí, pero ya era tarde.

La puerta explotó.

Un equipo táctico irrumpió en la sala. Daniel fue el primero en entrar, armado con un chaleco antibalas y una mirada que mezclaba furia con desesperación.

Adrián apenas tuvo tiempo de girarse antes de ser derribado.

Todo ocurrió en segundos.

Gritos.

Puños.

Clics de esposas.

Y luego… silencio.

Un silencio distinto.

Uno limpio.

Uno nuevo.

**

Horas después, en la estación, las declaraciones fluían como agua. Mi grabación fue proyectada como prueba clave. Pero no la editada. No la manipulada. Sino la original, la que mostraba las amenazas, las condiciones, las confesiones de Adrián. Daniel había intervenido el sistema, duplicado la señal y transmitido todo en directo a un servidor externo.

El país entero había visto cómo su supuesto benefactor había confesado crímenes frente a una mujer amarrada.

Adrián no tenía escapatoria.

Ni sus abogados.

Ni su poder.

**

La jueza Ramírez me miró con una mezcla de respeto y pesar.

—Te espera una larga audiencia —me dijo con sinceridad—. Pero saldrás de esto. Porque dijiste la verdad. Porque sobreviviste.

Asentí, sin hablar.

A veces, las palabras sobran.

**

Una semana después, Camila fue encontrada.

Estaba viva.

Drogada, desorientada, pero a salvo.

Fui a verla.

No me reconoció al principio. Pero cuando tomé su mano, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Siempre supe que vendrías por mí —susurró.

**

Y Daniel…

Daniel no se fue.

No después de todo.

—¿Y ahora qué harás? —me preguntó mientras caminábamos por la costa, lejos del ruido, del juicio mediático, del eco de los días de encierro.

—Vivir —respondí—. Con culpa, sí. Con cicatrices. Pero libre.

—¿Y sola?

Me detuve.

Lo miré.

—¿Eso fue una pregunta o una propuesta?

Él sonrió, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía respirar sin miedo.

—Una propuesta —respondió.

Tomé su mano.

No sabía si sería eterno.

Pero era real.

Y eso bastaba.

**

"El Juego del Engaño" había terminado.

Las piezas caídas, los secretos al descubierto.

Y yo, por fin, fuera del tablero.

Libre.

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