Nada de lo que ocurrió después fue casualidad. Todo era parte de la jugada final.
Las últimas piezas se habían colocado con precisión. La cámara oculta en la celda no fue una coincidencia. Daniel, con la ayuda de la jueza Ramírez —quien había logrado esquivar la suspensión impuesta por los contactos de Adrián—, había desplegado un rastreador en la base de datos que usábamos para los documentos legales filtrados. Sabía que Adrián lo usaría. Sabía que, en su soberbia, lo confiaría todo a su red de control.
Y lo usó para encontrarme.
**
La madrugada siguiente a mi grabación, lo sentí.
El silencio era distinto.
Ya no era denso… era tenso.
Como si alguien contuviera el aliento.
Y luego, el sonido.
Un pequeño clic metálico.
La cerradura.
Me incorporé, el corazón latiendo con fuerza. No sabía si sería Adrián… o Daniel.
La puerta se abrió.
Adrián.
Solo.
Con una pistola en la mano.
—Se acabó el teatro —me dijo, su voz más temblorosa que amenazante—. Tus amigos creen que me han vencido. Pero no