No hay traición más brutal que la que nace de la confianza.
Tras ver a Camila en ese video, su rostro bañado en lágrimas y su miedo crudo grabado en cada segundo, todo dentro de mí gritaba por venganza. Pero también por justicia. No podía permitir que Adrián se saliera con la suya, no otra vez. Esta vez debía terminar… aunque tuviera que pagar un precio que aún no conocía. Daniel y yo trazamos el plan definitivo. La jueza Ramírez iniciaría un operativo sigiloso: intervención de cuentas, acceso a servidores y citación de empleados clave. Nuestra tarea era empujar públicamente el escándalo antes de que Adrián pudiera desaparecer o mover sus fichas. Mariana, nuestra periodista aliada, preparaba una exclusiva demoledora. Todo estaba en su lugar. Todo… menos la lealtad. ** —Ferrer está nervioso —me dijo Daniel una mañana, mientras revisábamos los últimos archivos—. Anoche me llamó dos veces. Dice que quiere retractarse de su declaración. —¿Por qué? —Alega amenazas. Que su familia está en riesgo. Pero su tono no era solo miedo. Era… evasivo. Fruncí el ceño. —¿Y Mariana? ¿Está segura de la publicación? —Hasta anoche sí. Me dijo que necesitaba dos días más para blindar las fuentes. Pero… —¿Pero qué? —No contesta desde hace más de doce horas. ** A la tarde, Daniel logró hablar con una colega cercana a Mariana. Lo que nos contó nos dejó fríos: —Mariana entregó una copia del reportaje a alguien del equipo legal de Adrián… “para escucharlo antes de publicar”. Me levanté de golpe. —¡¿Qué?! —No tiene sentido… —murmuró Daniel, impactado—. Ella misma nos dijo que no confiaba en él. ¿Por qué haría eso? Mi mente comenzó a hilar. A recordar detalles. Vacíos. —¿Y si nunca fue de los nuestros? ¿Y si fingió todo esto para obtener nuestras pruebas y destruirlas desde adentro? Daniel me miró con horror. —Eso significaría que sabe todo. Dónde estamos. Qué tenemos. A quién recurrimos. Y entonces, llegó el mensaje. Un correo sin remitente, enviado a nuestros dos buzones cifrados. Solo una frase: “Gracias por ayudarme a limpiar mi nombre. Nos vemos pronto.” —Mariana… —susurré—, ella era su cómplice. ** No fue solo Mariana. Las consecuencias cayeron como una avalancha. Ferrer desapareció. La jueza Ramírez fue citada repentinamente por el Ministerio Público por una supuesta "conducta indebida" relacionada con un caso anterior. Las filtraciones legales se congelaron. La exclusiva de Mariana jamás se publicó. Y el golpe más duro llegó esa noche. Daniel recibió una notificación de que uno de sus servidores seguros había sido accedido… desde dentro. —¿Alguien entró? —Sí —respondió con la voz tensa mientras tecleaba frenéticamente—. Alguien que conocía las claves, las rutas… ¡Esto fue un trabajo interno! Todo el material recolectado. Todos los testimonios. Videos. Documentos. El respaldo completo… había sido borrado. Yo apenas podía respirar. —¿Y Camila? —No tenemos pistas nuevas. El video era una advertencia. Si seguimos, podría matarla. Pero si nos detenemos, también. ** Esa noche dormimos poco. No por falta de sueño, sino por exceso de pensamientos. De traición. De desesperación. Me senté frente al ventanal del pequeño departamento y, por primera vez en semanas, lloré en silencio. Lágrimas de impotencia. De rabia. Daniel se acercó, se sentó a mi lado. —No hemos perdido, Valeria. —¿Y cómo lo sabes? —Porque aún tenemos lo más importante. Lo miré, sin entender. —A ti. —¿A mí? —Eres la pieza que él no puede borrar. La única que puede dar la cara, decir la verdad, y prenderle fuego al castillo que construyó. Todo lo demás puede perderse… pero tú sigues aquí. Quise responder, pero mis palabras se ahogaron en la garganta. —Él va a ir por ti —agregó Daniel, casi como un susurro—. Más pronto que tarde. Asentí. Lo sabía. Y en el fondo… lo estaba esperando. ** Dos días después, mientras regresaba al departamento tras una reunión clandestina con un contacto de la jueza, sentí que algo estaba mal. La calle estaba vacía. Mi bolso… más ligero. La llamada de Daniel… sin señal. Y de pronto, una camioneta negra se detuvo a mi lado. Antes de que pudiera correr, una mano me cubrió la boca. Otra me sujetó los brazos. Vi una cara conocida. Una sonrisa. Y escuché una voz que, pese a todo, aún me helaba la sangre: —Hola, Valeria. Adrián. ** Todo se volvió negro. Y entonces supe… que el final se acercaba. Pero no sería él quien lo escribiera.