Sabrina luchaba por mantener los ojos abiertos. Como médica, sabía que cada segundo era precioso, y que la vida de su hija dependía de ellos.
En el quirófano, su cuerpo temblaba.
—Mariana… por favor… salva a mi bebé.
—Todo va a salir bien, Sabrina. El equipo te ayudará a girarte para aplicar la anestesia, ¿de acuerdo? —dijo Mariana con voz serena, mientras tres profesionales la acomodaban con cuidado. Uno de ellos sostenía su mano, transmitiéndole apoyo y calor humano.
Sabrina mordió el labio cuando sintió la aguja penetrar en su columna.
—Tranquila… ya casi terminamos —dijo el anestesista.
—En unos minutos vas a ver a tu princesita, Sabrina —añadió Mariana, en un tono suave y tranquilizador.
La luz intensa de la sala se reflejaba en el acero de los instrumentos, y el ambiente estaba cargado de precisión y urgencia. Sabrina sentía la respiración agitada, el corazón desbocado, los ojos empañados fijos en el techo. Cada sonido metálico amplificaba su ansiedad.
—Iniciando incisión —anunc