La noche caía lentamente sobre Dubái, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpura. La suite de lujo parecía más fría de lo que el aire acondicionado podía justificar. Thor estaba de pie en la terraza, con una nueva botella de whisky sobre la mesa. Aún sentía el sabor amargo de la discusión con Celina, la conversación que había escuchado entre ella y Gabriel y aquello que se negaba a nombrar: dolor.
Cuando el móvil vibró sobre el aparador, respiró hondo. Estaba dispuesto a ignorarlo de nuevo, pero al ver el nombre de su madre en la pantalla, dudó.
«Mamá».
Contestó, aclarando la garganta e intentando sonar menos destrozado de lo que estaba.
Thor cogió la bandeja de las manos del empleado del hotel, murmuró un agradecimiento y la llevó hasta la mesa del comedor. Celina no dijo nada más. Simplemente se dirigió al salón, se sentó y comenzó a organizar los platos y los cubiertos en silencio.
Thor desapareció escaleras arriba durante unos minutos y, cuando regresó, traía en una mano una