Thor deslizaba los dedos por las blondas de la lencería, contemplando cada centímetro del cuerpo de Celina con devoción. Nada era apresurado. Todo resultaba reverente, intenso, íntimo.
Él era al mismo tiempo fuerte y delicado, atrevido y cuidadoso. Sus caricias ardían, pero protegían. Sus besos eran profundos, pero llenos de respeto. La conocía, sabía dónde tocarla, cómo hacerla sentir bella incluso embarazada, cómo hacerla sentirse la única mujer del mundo.
—Eres la visión más hermosa que he tenido, amor. Mi hogar, mi refugio, mi perdición.
Ella le acarició el rostro con ternura y lo atrajo hacia sí.
—Ámame, Thor… así, de ese modo que solo tú sabes.
Y él la amó.
La intensidad del momento creció entre caricias y miradas. Thor no apartaba los ojos de ella mientras sus manos recorrían lentamente cada curva, como quien memoriza un mapa precioso. Se arrodilló al borde de la cama, deslizando las manos por los muslos de Celina, ascendiendo con lentitud y devoción.
La respiración de Celina s