Celina se sentó junto a Gabriel. Entonces él comenzó a hablar:
—Sé que vas a decir que estás bien... pero no lo estás, ¿verdad? —empezó, con esa voz suave y acogedora que parecía envolverla.
Celina esbozó una sonrisa débil, con la mirada fija en el suelo.
—No estoy llorando por él. No se trata de él. Es solo que... es demasiado.
Gabriel asintió, comprensivo.
—No dije que fuera por él. Pero tampoco puedes ocultar que algo dentro de ti todavía se mueve cuando se trata de él, Celi. Es normal, todo está demasiado reciente.
Entonces Celina rompió a llorar, y Gabriel respetó su silencio, dejándola desahogarse.
El atardecer se derramaba por las ventanas como un velo dorado, tiñendo los muebles de tonos cálidos y suaves. Gabriel tenía esa mirada llena de sensibilidad, como si pudiera leer más allá de las palabras. Cuando Celina se calmó, él dijo:
—Quiero entender qué está pasando, qué era eso que querías contarme ayer. —habló con gentileza, sin apurarla.
Celina lo miró, respiró hondo y comenz