El postre llegó —una tarta de frutos rojos delgada, servida con helado artesanal. Pero Celina ni siquiera tocó el plato. El aroma dulce le daba náuseas. Tenía hambre, pero la tristeza la alimentaba con su acidez amarga.

Thor tampoco comió. El plato quedó intacto frente a él. Angélica apenas picoteó, más preocupada por observar los rostros que por disfrutar el sabor. Miraba de Celina a Thor, y de Thor a Isabela, como quien armaba un rompecabezas sombrío que se revelaba pieza por pieza.

Cuando los cubiertos cesaron y retiraron el postre, Thor se levantó.

Extendió la mano y agarró el brazo de Isabela con firmeza. Su rostro estaba impasible, pero la tensión en su mandíbula delataba el esfuerzo por mantenerse calmado.

—Vienes conmigo —dijo, en un tono que no daba lugar a cuestionamientos.

Isabela lo miró con sorpresa, pero no tuvo valor para negarse. Se levantó con una expresión confusa y, antes de salir, lanzó una última mirada sesgada hacia Celina.

Thor condujo a Isabela al interior