Thor se acercó lentamente a la cama. Sus pasos eran pesados, el corazón acelerado, el semblante cerrado. El cuarto del hospital estaba tomado por un silencio espeso, roto solo por el ruido constante del monitor cardíaco al lado de Isabela.
—Buenas tardes, Leticia —dijo, con la voz firme, aunque contenida.
Leticia lo miró con los ojos rojos, profundamente marcados por la noche mal dormida y el susto que aún pesaba en su alma.
—Casi pierdo a mi hija, Thor... a mi nieto —Su voz tembló—. ¿Por qué hiciste esto?
Thor la miró con frialdad, como si estuviera protegiendo una última línea de defensa dentro de sí.
—No tengo culpa de las decisiones de tu hija. Fue infantil. No quiso aceptar el fin del compromiso. No vengas a echar la responsabilidad de sus errores en mis hombros. Las relaciones terminan en cualquier momento. Principalmente cuando una de las partes no tuvo opción, siendo obligado a aceptar la decisión de la familia.
—Ella te ama, Thor. Siempre te amó. Su sueño era casarse con