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2 - ESO ES SUFICIENTE PARA PAGAR EL HOTEL
Celina vio aquel abdomen definido y musculoso brillando con las gotas de agua. No pudo evitar la mirada. Era hermoso. Demasiado hermoso para la situación en que estaba. Y eso... eso era extraño.

Ella se levantó, aún aturdida, y notó el hombro de él enrojecido. Dio un paso en su dirección, preocupada, pero tropezó con la pata de una mesita antigua en el cuarto. Antes de que pudiera caer, él la sostuvo con firmeza.

Los ojos oscuros de él la observaron con atención, estudiando cada detalle de su rostro.

Celina lo miró por algunos segundos. Había algo en aquel hombre que la intrigaba. Un magnetismo silencioso y peligroso. Tal vez fuera el alcohol. Tal vez la desesperación.

Entonces, él la besó. Un beso posesivo, intenso, como si quisiera devorarla por completo.

El clima entre los dos se calentó, y Celina correspondió. Quería aquel momento tanto como él.

Ella interrumpió el beso, jadeando.

—Esto no puede pasar... es una locura. Ni siquiera sé quién eres. Ni tu nombre...

—Tampoco sé el tuyo —respondió él, volviendo a besarla con aún más intensidad.

Entonces Celina habló:

—¡Te deseo!

—¿Estás segura de eso? —dijo él, ronco, contra su piel.

Celina cerró los ojos y sonrió de lado.

—Puedes quedarte tranquilo. Soy adulta, no estoy borracha y sé exactamente lo que estoy haciendo.

Él la observó por un momento, después sonrió satisfecho.

—¡Perfecto!

Sus dedos se deslizaron por el cuerpo de Celina hasta encontrar el cierre del vestido. Lentamente, lo bajó, dejando que la tela se deslizara por sus curvas hasta caer en un círculo de seda alrededor de sus pies.

Ella no estaba desnuda.

Bajo el vestido, llevaba la lencería lujosa, un conjunto de encaje negro que delineaba perfectamente sus curvas.

Los ojos de él recorrieron cada centímetro de su piel expuesta, como si estuviera ante una visión celestial.

—¡Eres hermosa!

Celina sintió un escalofrío recorrer su espina. Él sabía exactamente qué decir, como si cada palabra fuera meticulosamente elegida para hacerla sentir deseada.

Y funcionaba.

Con un movimiento firme, la jaló por la cintura, pegando sus cuerpos. Entonces, sin aviso, tomó sus labios en un beso que hizo temblar su estructura.

Era intenso, profundo, arrebatador.

Celina sintió las piernas flaquear cuando él profundizó el beso, dominando cada espacio, cada sensación.

Los dedos de él recorrieron su espalda desnuda, sosteniéndola con firmeza antes de alzarla en brazos. Instintivamente, ella cruzó las piernas alrededor de su cintura, sintiendo la fuerza y el calor de su cuerpo contra el de ella.

Él sonrió contra sus labios.

—Sé ser gentil —susurró.

Con pasos firmes, la llevó hasta la cama en el centro del cuarto, acostándola con cuidado sobre las sábanas.

Allí, bajo la penumbra de las luces de la ciudad y mecidos por el deseo, se entregaron al placer con lujuria e intensidad.

En un momento determinado, él acarició el rostro de ella y dijo:

—¿Por qué tú? ¿Por qué de todas las mujeres que han pasado por mi cama, tú eres diferente?

Celina encontró extraña aquella frase viniendo de él, pero se estremeció, sintiendo el escalofrío recorrer su piel. Él deslizó la mano por su rostro, acariciándola con suavidad. Después la besó, un beso que hizo temblar sus piernas, un beso que quemó en su piel y dejó su respiración entrecortada. Y entonces susurró en su oído, con aquella voz ronca y cargada de deseo:

—Me vuelves loco, ¿sabías?

Él volvió a besarla, y los dos nuevamente se entregaron de forma avasalladora.

Nada más existía.

Ningún dolor. Ninguna traición.

Solo el instante.

La claridad atravesaba la ventana, filtrando la luz del amanecer e iluminando suavemente el ambiente de aquel cuarto. El cielo de San Cristóbal exhibía tonos anaranjados mezclados con el azul suave del inicio de la mañana, y la ciudad comenzaba a despertar debajo de ella.

Celina despertó lentamente sintiéndose desorientada, con la cabeza palpitando. El alcohol de la noche anterior aún hacía efecto. Parpadeó algunas veces tratando de situarse. Volteó el rostro hacia el lado lentamente y sintió el corazón fallar un latido. Vio a aquel hombre durmiendo profundamente a su lado.

El pecho ancho subía y bajaba en una respiración lenta y tranquila. La sábana cubría la parte inferior de su cuerpo, pero dejaban a la vista la piel cálida y tatuada de su brazo, apoyado bajo la cabeza en un gesto despreocupado, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo.

Incluso durmiendo, un aura intensa, casi peligrosa, emanaba de él.

Celina tragó en seco, sintiendo un torbellino de emociones de una sola vez.

Ella se sentó en la cama rápidamente, sosteniendo la sábana contra el cuerpo, como si necesitara desesperadamente una barrera entre ella y la noche anterior.

—¿Qué hice? —susurró muy bajito.

Su corazón latía fuerte. Trató de recordar cada detalle, forzando la mente a rescatar los fragmentos de la noche anterior, pero todo parecía envuelto en una neblina confusa. Recordaba el bar, el accidente, la tensión entre los dos, las palabras seductoras de aquel hombre, el deseo creciente.

Labios calientes explorando su cuerpo. Respiraciones pesadas mezcladas con la penumbra. El toque firme de manos hábiles recorriendo su piel.

Después de eso... flashes desconectados, todo era una maraña de fragmentos confusos.

El pecho de Celina subió y bajó con fuerza. Nunca había hecho algo así antes. Nunca.

Ella se pasó la mano por el rostro, sintiendo la piel caliente.

—Dios mío... ¿qué locura fue esta?

El susurro escapó de sus labios, cargado de culpa y desesperación.

Con cuidado, deslizó la sábana alrededor del cuerpo y se sentó a la orilla de la cama. Sus pies tocaron el suelo frío, despertándola aún más a la realidad.

Se levantó lentamente, caminando hacia la ropa esparcida por el suelo.

Sintiendo el rostro arder, recogió todo rápidamente y entró al baño, encerrándose allí dentro.

Apoyó las manos en el lavabo y alzó la mirada hacia el espejo. El reflejo la miró como un recordatorio cruel de la noche anterior.

Los ojos verdes estaban marcados por el cansancio, el labial rojo descolorido en los labios, los cabellos ligeramente desordenados.

—Mírate, Celina —se susurró a sí misma, su voz temblorosa—. ¿Qué hiciste con tu vida?

Celina sintió un nudo en la garganta.

El silencio del baño hizo eco a su pregunta sin respuesta.

Se vistió rápidamente, evitando mirarse mucho en el espejo, ignorando la opresión en el pecho. No quería enfrentar a aquel hombre una vez más. No quería conversar, no quería prolongar aquella mañana incómoda.

Solo quería irse.

Abrió la puerta del baño lentamente, espiando para ver si él aún dormía.

Sí, aún estaba acostado durmiendo.

Incluso durmiendo, había algo en él que exhalaba peligro.

Un misterio que ella nunca iba a desentrañar.

Y tal vez fuera mejor así.

Celina tomó un pedazo de papel de la bolsa, garabateó un mensaje con su letra apresurada:

"Esto es suficiente para pagar el hotel."

Puso la nota sobre la mesita al lado de la cama, respiró profundo y salió del cuarto en silencio, cargando los zapatos en las manos.

Por más cruel que fuera, la realidad estaba esperándola del otro lado.

Era hora de enfrentar su propia vida nuevamente.

Sola.
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