3 - QUIERO EL DIVORCIO
Celina estacionó el carro en el garaje de la mansión y se quedó allí por algunos instantes, respirando profundo. Las manos aún le temblaban en el volante, y su mente era un torbellino. La noche anterior parecía un borrón, un sueño, o tal vez una pesadilla.

Bajó del carro con pasos inciertos y entró a la casa en silencio. La mansión estaba sumergida en la oscuridad, solo algunas luces de presencia iluminaban discretamente el camino hasta el cuarto.

Subió las escaleras lentamente, el corazón acelerado. La cabeza le palpitaba, reflejo del alcohol y la madrugada intensa que había tenido. Cuando empujó la puerta del cuarto y entró, encontró todo oscuro.

Suspiró aliviada, pensando que podría acostarse y tratar de olvidar todo.

Pero entonces, un clic suave resonó en el ambiente.

La luz de la lámpara al lado del sillón se encendió, y Celina contuvo un grito al ver la silueta de César sentado allí, esperándola.

Los ojos de él estaban sombríos, el rostro rígido, una expresión de puro odio.

—¿Dónde pasaste la noche? —la voz de él cortó el silencio como una hoja afilada.

Celina se congeló. Su pecho subía y bajaba con la respiración acelerada.

Entonces, alzó la barbilla, tratando de recuperar el control de la situación.

—No te debo explicaciones.

Se volteó hacia el baño, pero antes de que pudiera dar otro paso, sintió una mano fuerte agarrar su brazo con violencia.

El impacto hizo que su cuerpo girara bruscamente, y ahora estaba frente a César, viendo de cerca la furia en sus ojos.

—Te voy a preguntar otra vez, Celina. ¿Dónde pasaste la noche?

El dolor en el brazo era intenso, pero Celina se negaba a demostrar cualquier debilidad. Entonces, en pura burla, alzó las cejas y sonrió de lado.

—Ah, entendí... Solo tú puedes divertirte con la amante, ¿verdad?

La mandíbula de César se contrajo, y los dedos en su brazo apretaron aún más.

—¿Ves este cuerpecito aquí? —continuó ella, provocando—. Otros hombres también lo desean.

Fue la gota que colmó el vaso.

La mano de él se alzó en un movimiento rápido y brutal.

La bofetada resonó por todo el cuarto.

Celina sintió el impacto rasgar su piel y cayó sentada en el suelo, aturdida. Su mejilla quemaba, y los ojos se le llenaron de lágrimas involuntarias.

—¡Puta! —gruñó César, la voz cargada de asco y desprecio.

Ella se llevó la mano al rostro, sintiendo la piel palpitar.

Los ojos se encontraron. Él rebosaba odio. Ella, dolor e incredulidad.

César metió la mano en el bolsillo del pantalón con calma calculada y sacó el celular. Sin decir una palabra, desbloqueó la pantalla, abrió un video y extendió el aparato en dirección a Celina.

—¿Reconoces esto?

En la pantalla, se vio a sí misma entrando a un hotel simple. La imagen temblaba ligeramente, pero era lo suficientemente nítida. Un hombre caminaba a su lado. Su rostro, su cuerpo... era innegable. Era ella.

Celina palideció. Sintió el suelo fugarse bajo sus pies.

—¿Dónde conseguiste ese video? —preguntó, la voz temblorosa.

César arqueó una ceja, la expresión dura.

—No importa dónde. Importa lo que hiciste, Celina.

Pausó en el momento exacto en que ella cruzaba la puerta con el hombre. El silencio que siguió fue ensordecedor.

—¿Y después vienes a juzgarme? Te juro por todo que solo no te mato porque mi carrera vale mucho más que tu vida —escupió las palabras, los ojos chispeando.

Celina contuvo la respiración.

—El apellido Brown tiene demasiado peso para ser manchado por una cualquiera como tú.

Ella tragó en seco, sintiendo cada palabra cortarla como una hoja afilada.

Las lágrimas ahora corrían sin control.

—Voy a acabar con tu vida —dijo él, dando un paso hacia adelante—. No eras nadie cuando te conocí. Solo una secretaria sin familia, sin futuro, sin nada. Todo lo que tienes hoy es porque yo te lo di.

Celina tragó en seco, sintiendo cada palabra cortarla como un cuchillo.

César la jaló por los brazos, forzándola a levantarse.

—¡Quiero el divorcio. Vas a salir de esta casa! —gritó, escupiendo las palabras con odio.

En un movimiento brusco, la soltó, y Celina cayó sentada en la cama.

El sonido de la puerta cerrándose con fuerza hizo estremecer todo el cuarto.

Ella se quedó allí, inmóvil, el rostro ardiendo, el corazón destrozado.

Y, por primera vez desde que descubrió la traición, lloró hasta no tener más fuerzas.

Celina pasó todo el día en el cuarto.

Al final de la tarde, sintió el cuerpo pesado, como si cargara el peso de todas las humillaciones que sufrió en los últimos días.

Lo que César hizo con ella no era solo una traición. Él la destruyó.

Al día siguiente, Celina apenas sintió la diferencia entre la noche y el día.

El dolor en el rostro aún estaba ahí, un recordatorio cruel de lo que había pasado.

Pero algo dentro de ella cambió.

Acostada en la cama, mirando el techo, se dio cuenta de que César tenía razón sobre una cosa: ya no tenía nada.

Pero eso no significaba que no pudiera volver a empezar.

Entonces, respiró profundo, secó las lágrimas y se levantó.

Celina apareció en la casa de Tatiana de sorpresa, con los ojos cansados y la voz vacilante.

—Tati, yo... necesito un trabajo.

Tatiana frunció el ceño, sorprendida por el pedido repentino. Pero, mirando el reloj, recordó que tenía una cita en pocos minutos.

—Mira, ahora no puedo conversar bien, pero sé de una empresa que está contratando. Manda tu currículum, te voy a pasar el email.

Anotó rápidamente en un papel y se lo entregó a Celina.

—Mándalo hoy mismo, ¿sí?

Celina asintió, apretando el papel en las manos como si fuera una oportunidad de volver a empezar.

Llegó a casa, tomó la laptop, envió el currículum y comenzó a buscar trabajos.

La primera semana fue frustrante. Envió currículums, hizo contactos, pero siempre recibía la misma respuesta: le regresaremos la llamada pronto.

Hasta que, completando dos semanas de búsqueda, su celular vibró con un email inesperado.

"Estimada Celina Bernardes, nos gustaría agendar una entrevista para el cargo de secretaria ejecutiva en la empresa T&R Enterprises. Espere en la recepción al día siguiente a las 9h para ser conducida hasta la presidencia."

El corazón se le aceleró. Finalmente una oportunidad. La empresa de la que Tati habló la llamó.

En la mañana siguiente, Celina se arregló con cuidado, eligiendo ropa sobria pero elegante. Se amarró el cabello en un moño bajo y se puso un tacón discreto.

Llegó a la empresa poco antes de las 9h y se presentó en la recepción.

—Espere un momento, señora Bernardes. El presidente ya la va a recibir.

Ella asintió, sintiendo un leve frío en el estómago.

Minutos después, fue conducida hasta una gran puerta doble.

Cuando la secretaria abrió para que entrara, Celina dio un paso hacia adelante y alzó la mirada.

Y entonces, su corazón se detuvo.
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