La médica se detuvo por un instante con el ultrasonido, los ojos fijos en la pantalla del equipo, como si analizara algo con atención redoblada. Celina permaneció acostada en la camilla, sintiendo el corazón acelerarse con la tensión del momento. Sus ojos estaban fijos en el rostro de la doctora, buscando cualquier expresión que delatara lo que estaba por venir. Cuando el silencio comenzó a pesar, no se contuvo.
—Doctora, prefiero que me dé primero la noticia mala —su voz salió entrecortada—. Muchas cosas malas han pasado en mi vida, así que, por favor, dígamelo de una vez.
Tatiana, que estaba al lado sosteniendo su mano, la apretó suavemente, tratando de transmitir seguridad. La doctora soltó un suspiro antes de hablar.
—Celina, de aquí en adelante, tendrás que redoblar los cuidados con el embarazo —la miró con seriedad—. Esto no significa que antes no necesitaras, pero ahora la situación cambió.
Celina sintió la sangre helarse. Su estómago se revolvió.
—¡Dios mío! ¿Mi bebé está