Michelle llegó al departamento de Isabella con el ramo de rosas que él mismo había cultivado: blancas por fuera y rojas por dentro. El corazón le latía con fuerza. Tocó el timbre repitiendo para si mismo.

— Tú puedes, tú puedes, ella dirá que sí, está todo listo, ella dirá que sí.

Isabella abrió la puerta con un vestido plateado entallado que resaltaba cada curva con elegancia. Su cabello suelto caía en ondas suaves y sus ojos brillaban bajo la luz cálida del pasillo.

Michelle la miró… y se quedó sin aliento.

—Wow… estás… wow.

—Gracias —dijo Isa con una sonrisa dulce.

Él le extendió el ramo.

—Para ti.

—Están hermosas, amor. ¿Dónde me llevarás?

—Te dije que era una cena especial —respondió con una sonrisa misteriosa—, pero primero debemos pasar al orfanato. Las niñas tienen algo preparado, y no me dejaron decirles que no.

—Está bien —aceptó ella riendo—, tenemos tiempo.

Michelle le dio un beso suave y salieron juntos.

El auto los llevó por las calles iluminadas hasta llegar al orfanato