El sol se filtraba suavemente por las persianas del hospital, tiñendo la habitación con un tono cálido que contrastaba con el olor a desinfectante.
El silencio solo era interrumpido por el sonido del murmullo de las enfermeras afuera.
Cristian dormía con el ceño levemente fruncido, una venda cubriéndole el hombro y otra rodeando su abdomen.
Había pasado una noche agitada, entre sedantes, visitas médicas y la constante presencia de su madre y su hermano. Abrió los ojos esperando ver a Luz pero aún no había llegado, asi que decidió dormir un poco más.
Pero justo antes de que el sueño volviera a atraparlo, la puerta se abrió de golpe.
—¡IDIOTAAAAA!, ¡CÓMO DEJAS QUE TE DISPAREN! —gritó una voz femenina antes de que una mano firme aterrizara con fuerza en su pierna.
—¡Auuu! —protestó Cristian, llevándose la mano a la pierna con dramatismo—. ¡Estoy herido pulga! ¡Silvano, controla a tu fiera!
Anny, con el cabello revuelto y los ojos encendidos, lo fulminó con la mirada.
—¿Sabes lo asustada