El día comenzó con una rutina diferente. Annabel estaba radiante, todavía flotando en la felicidad, desde que Lissandro la tuvo en sus brazos no había dejado de tomarla una y otra vez, quería marcar su piel a fuego con sus caricias y sus besos, no había rincón de su piel de Lissandro no hubiera devorado y marcado para él.
Ella dormía desnuda a su lado, miró su cuello y su piel clara con marcas rojizas, de la pasión animal de Lissandro. Acarició cada una de esas marcas y sonrió.
— Mía…
Se había preparado, decidida a acompañar a su prometido a la empresa. Siempr e iba solo de visitas por poco tiempo ya que su novio era un hombre sumamente ocupado. Cuando lo vio salir del dormitorio con un traje oscuro que realzaba su porte imponente, sintió que su corazón se aceleraba.
—¿De verdad puedo ir contigo? —preguntó, con una sonrisa tímida.
Lissandro la miró con esa mezcla de intensidad y ternura que la desarmaba.
—Claro. Si quieres estar conmigo, no habrá lugar donde no te lleve.
Annabel lo a