La gala comenzaba a dispersarse. Las últimas notas de la orquesta se desvanecían mientras los invitados intercambiaban abrazos, promesas y despedidas. Copas vacías, risas que aún tintineaban y la sensación de haber presenciado algo memorable flotaban en el aire.
Lissandro aprovechó ese instante para acercarse a Leandro. Los dos hermanos se miraron con esa mezcla de complicidad que habían adquirido desde que hablaron las cosas. Lissandro le dio un apretón de mano que casi se volvió abrazo, y murmuraron unas cosas en voz baja, palabras de negocios, bromas cortas, promesas de que aquello solo era el principio. Leandro sonrió, elegante como siempre, y siguió saludando a algunos socios antes de perderse entre la gente.
A un costado, Luz conversaba con algunos conocidos. Tenía la respiración agitada, la falda que le rozaba la pierna al caminar y decidió ir a la mesa para descansar. De repente, una presencia la llamó por su nombre.
—Luz… —la voz era grave y cercana.
Ella se giró y encontró