El departamento de Luz era pequeño, pulcro y cálido, con olor a café recién molido y a lavanda. Cristian entró con las manos en los bolsillos, recorriendo el lugar con la mirada tranquila de quien parece que nada lo sorprende.
—Bonito lugar —dijo con su voz grave y ladeando una sonrisa—. Ahora dime, ¿cómo una chica como tú pasa de ser la novia de Lissandro a venderse a un asqueroso viejo en un bar?
Luz se quitó los zapatos, cansada, y puso la cafetera en la cocina. Sus movimientos eran automáticos, casi mecánicos, como si preparar café fuera lo único que le quedaba para sentirse humana.
—Es una larga historia —murmuró con un suspiro.
Cristian se dejó caer en el sofá, estirando las piernas sobre la mesita de centro delicadamente ordenada, donde había una pequeña foto de una niña con un cachorro blanco y sus dos padres sonriendo.
 —Tengo toda la noche, preciosa. Al fin y al cabo, pagué por una noche contigo… así que hablamos o hacemos otras cosas. Tú decides.
Luz lo miró de reojo, con un