El sol del mediodía se filtraba por las cortinas del dormitorio, llenando la habitación de una luz suave.
Lucía descansaba sobre la cama, con una manta ligera cubriéndola y una taza de té en la mesita.
A su lado, Joaquín no dejaba de revisar cada detalle: la almohada, el vaso de agua, la temperatura del té.
—Amor, por favor, siéntate un segundo —dijo ella riendo—. Me estás poniendo nerviosa, me mareas más que la anemia.
—No puedo. Si me siento, pienso. Y si pienso, me preocupo —respondió Joaquín sin dejar de caminar.
Anna, sentada al borde de la cama, observaba divertida.
—Espero que no seas tan insoportable cuando esté embarazada —bromeó mirando a Lissandro, cruzándose de brazos.
Lissandro, apoyado en el marco de la puerta, arqueó una ceja con una sonrisa.
—Amor, tú serías la embarazada más consentida del mundo… pero igual te tendría bajo vigilancia las 24 horas.
—Ya lo haces —replicó Anna, haciéndolos reír a los tres.
Un golpeteo fuerte resonó en la puerta.
Joaquín frunció el ceño y