Mientras los caballos y las vacas pastaban el viento levantaba el polvo en las praderas de la hacienda. Lancelot se despertó solo. Se incorporó lentamente en la cama y vio que Teresa no estaba. El camisón de seda que usaba anoche colgaba de la silla junto a la ventana.
Se vistió en silencio luego de darse una ducha, se cepilló en el lavamanos de metal y salió al patio donde el padre de Teresa lo esperaba junto a la camioneta vieja cargada con sacos vacíos.
—¡Vamos, muchacho! Hay que ir al pueblo antes de que cierren el depósito —gritó el hombre, acomodándose el sombrero de paja en la cabeza.
—Hola, amor—Teresa lo abraza—estaba despidiendo a papá.
—Buenos días, Teresa. Sí, señor… —respondió Lancelot con su voz grave y apagada, subiendo al vehículo sin una sola palabra más y sin desayunar ni siquiera.
Mientras tanto, Teresa, libre de la presencia de su prometido, caminaba con su vestido rosa de flores pequeñas hasta la caballeriza. Sus sandalias de tacón bajo se hundían ligeramente en l