Dolido y atrapado

Lancelot apretó los labios al escuchar la fría respuesta de Dionisio. Su corazón ardía, pero se obligó a contenerse. Dio un paso atrás, respiró hondo y, sin mirar a Xavier, regresó a su mesa.

Teresa lo siguió con la mirada, desconcertada. Apenas se sentó, ella se inclinó hacia él.

—¿Qué pasa, Lancelot? Estás pálido… ¿Ese hombre te dijo algo?

Él negó con la cabeza, forzando una sonrisa.

—Nada. Todo está bien.

Pero su voz carecía de firmeza, y ella lo notó. Sin embargo, no quiso insistir, consciente de que estaban rodeados de familiares. El resto de la mesa, incómodo por la tensión evidente, trató de continuar con las charlas banales, aunque las miradas hacia la mesa de Dionisio y Xavier eran constantes.

La velada se tornó insoportable. Dionisio, con el rostro enrojecido, no dejó de beber. Cada sorbo de vino lo hacía sentir más distante, como si se refugiara en la embriaguez para huir de la humillación. Xavier, en cambio, disfrutaba del espectáculo: entre risas bajas y comentarios provo
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