Ariel permanecía en silencio, absorbiendo cada palabra que Camelia pronunciaba. La crudeza de lo ocurrido lo golpeaba como un pesado lastre que lo hundía más con cada detalle. Al final del relato, la sensación de alivio llegó casi como un susurro al saber que su esposa y sus hijos estaban a salvo, y que los guardias heridos se recuperarían. Sin embargo, la tensión no desaparecía por completo. Las palabras de Camelia lo sacaron de su ensimismamiento.
—Te llamo porque quiero que vayas al hospital a verlos —continuó ella, intentando sonar firme pese al temblor en su voz—. ¿Puedes venir hoy mismo? El helicóptero de papá está allá, fue con Félix a llevar a Israel y Ernesto. Ariel permaneció en pausa, mirando a los niños que descansaban ahora en un frágil estado de tranquilidad, como si el sueño fueAriel colgó y, con la necesidad urgente de avanzar con sus responsabilidades, fue en busca de su hermano Ismael, quien seguía reunido con el Mayor Alfonso. Le explicó lo sucedido, solicitándole que lo acompañara al hospital, para cumplir su promesa con Camelia. Ismael, al escuchar los detalles, aceptó de inmediato. También quería esclarecer lo relacionado con su amigo Miller.Al llegar, el personal médico les informó que las operaciones de los guardias habían concluido con éxito. Ernesto e Israel, aunque agotados, estaban conscientes y quisieron recibirlos personalmente. La expresión de agradecimiento en sus rostros fue inconfundible. Ariel, sosteniendo su promesa, llamó a su esposa por video al momento de verlos.—Señora, felicidades. Me dejó impresionado con la forma en que reaccionó —dijo Ernesto, con una media sonrisa que inten
Miller y su hermano se mantuvieron vigilantes hasta que el primero señaló a un alto y rubio oficial que llegaba apresuradamente y se sentó en la mesa junto a la teniente Malena. Ambos comenzaron a discutir. No podían escuchar lo que decían, pero estaba muy claro que su relación trascendía la de simples compañeros. Decidieron seguir la situación para ver a dónde iba a parar, y para confirmar si era verdad que ella estaba embarazada y, en caso afirmativo, si el padre era el hermano de Miller o el visitante.Cuando los vieron marcharse, se dirigieron a casa de los Rhys. Ismael le había contado a Miller lo que estaba sucediendo con los posibles hijos de sus hermanos. En el despacho, todos estaban rodeados de una gran cantidad de expedientes que habían traído junto con los niños.Marlon aseguraba que, sin necesidad de hacer pruebas, estaba seguro de que los dos mayores eran suyos:
La doctora Elizabeth lo miró más tranquila al notar cómo Ariel aseguraba que regresaría a vivir allí si los dos niños resultaban ser suyos. Luego, continuó organizando los expedientes.—Doctora, ¿a qué se refería cuando dijo que habíamos tenido suerte? —preguntó Ariel, sentándose frente a ella.—Lo digo porque, si ve aquí, en todos dice embriones —respondió, señalando un punto en el expediente, sin que ellos entendieran nada.—¿Y? ¿Qué diferencia hay? —preguntó Marlon, moviéndose de un lado a otro con evidente impaciencia—. No veo qué importancia puede tener eso, dicen defectuoso, está claro que los eliminaron. ¡Dios!—Marlon, ¿puede usted sentarse y tratar de calmarse, por favor? —le llamó la atención Elizabeth—.
En la finca Hidalgo, todo parecía más tranquilo tras el intento de secuestro, aunque las medidas de seguridad habían aumentado considerablemente. Camelia se tomaba el entrenamiento muy en serio, siguiendo las enseñanzas de su padre, quien le impartía muchas lecciones útiles. Clavel, por su parte, también participaba en las prácticas, pero en los últimos días parecía distraída, con la mirada perdida y un silencio inquietante.—¿Qué te pasa, Clavel? —inquirió Camelia finalmente, incapaz de soportar más su preocupación—. Vamos, cuéntale a tu hermana menor qué es eso que te tiene tan apagada últimamente.Mientras hablaba suavemente cruzó un brazo por los hombros de su hermana mayor intentando aliviar la evidente carga emocional que percibía en ella. Clavel levantó la mirada triste y
Marlon se sentó, confundido, intentando asimilar las palabras de la doctora Elizabeth. Ella le hablaba con un tono profesional y detallaba puntos médicos de manera técnica, pero él apenas podía procesar lo que le explicaba. Primero, una explicación académica sobre el proceso de reproducción asistida, para luego lanzarle una verdad que lo dejó helado: lo que habían robado, según los expedientes, no era su esperma, sino sus embriones… concebidos con Marcia. —Es solo una suposición que hago basada en la información que tengo frente a mí, Marlon. Necesitamos esperar los resultados de las pruebas de paternidad que mandé a hacer. También solicité el análisis de su esposa luego de notar que usted ni Ariel son asmáticos —explicó Elizabeth con calma, como buscando no alarmarlos demasiado—. Según lo que revelan estas historias clínicas, si están completas, este grupo de delincuentes pudo haberse apoderado de veinte embriones. No puedo asegurar si todos eran exclusivamente suyos, o si también
El Mayor Alfonso Sarmiento había llegado a la reserva acompañado de todos los prisioneros y de los perros que también había rescatado, los cuales descansaban echados a sus pies. Los observaba pensativo. No lograba comprender cómo conocía sus nombres ni por qué lo obedecían de manera tan inmediata y sin resistencia. ¿Cómo era eso posible? No era un experto en perros, pero algo dentro de él le decía que conocía a esos animales. Mientras los contemplaba, vio cómo levantaban sus cabezas y gruñían, alertados por unos golpecitos en la puerta. —¡Quietos! Quédense ahí —ordenó con firmeza, mientras se levantaba para atender al llamado. Salió apresuradamente, notando cómo los perros bajaban nuevamente las cabezas, obedientes. Al abrir la puerta, se encontró con los hermanos Rhys y la doctora Elizabeth, quien lo observaba con una expresión seria. —¿Pasa algo, Mayor? —preguntó ella—. Tiene usted cara de espanto. —Tiene razón la doctora Elizabeth —inte
Sonia, tras un momento de duda, mostró un leve atisbo de esperanza. Al ver que los demás asentían con aprobación, decidió confiar. Finalmente, le dijo el número, el cual Elizabeth marcó y puso en altavoz. Apenas sonaron unos tonos, una voz femenina respondió, y Sonia la reconoció de inmediato. Era su abuela. Incapaz de contenerse, Sonia comenzó a llorar y a hablar rápidamente con la mujer, quien también rompió en lágrimas al escucharla. Con voz temblorosa, la abuela le aseguró que sus padres y su hermano debían de estar ya en camino para encontrarse con ella. Los demás optaron por darle privacidad, dejando que conversara tranquilamente con su familia.Mientras tanto, se dirigieron a otra habitación, donde Marlon estaba sosteniendo en brazos a la pequeña recién nacida. La mecía con cuidado, emocionado, mientras la miraba con admiraci&
Reutilio frunció el ceño y la miró, imperturbable, con una media sonrisa cargada de ironía. —¿Y yo qué tengo que ver con eso? —respondió con aparente calma, pero con un dejo de desprecio en el tono. —¡Esos embriones Mailén dijo que eran de Ariel! El trato era claro: tú debías lograr que traicionara a Marcia, luego le dirías que tenías un hijo suyo y, asunto arreglado. Después, entre los dos, íbamos a destruirlo. ¡Pero no! Ni siquiera pudiste drogarlo y mucho menos acostarte con él. Miriala Estupiñán se movía inquieta, agitándose mientras lo escuchaba. Su ira iba en aumento. Finalmente explotó: —¡No fue mi culpa! —vociferó, llevándose las manos a la cabeza en un gesto de impotencia. —Marlon no duerme en hoteles, nunca bebe algo que