Camelia respondió con una sonrisa despreocupada. Desde que llegaron se sentía muy segura y libre en la hacienda de su padre.
—Quiero estirarme un poco, además, ustedes mismos me dicen que no tengo resistencia y que debería caminar más. Entonces, ¿en qué quedamos? —respondió con picardía. Luego añadió, divertida—. Israel envía los caballos de regreso. Nosotros caminaremos. Hoy cambio el entrenamiento. No tengo ganas de hacer ejercicios. Los guardias se miraron con un deje de incredulidad, pero terminaron obedeciendo. Desde su posición, la casa se veía claramente en el horizonte, y si bien la distancia era considerable, parecía un reto sencillo. Antes de cumplir la orden, Israel preguntó si los ponis de los niños también debían regresar. Camelia asintió riendo mientras veía a AlhelíNo había tiempo para discutir, y Camelia lo sabía. Logró recuperar un poco de aire. Los disparos no cesaban derribando los animales y el helicóptero, lejos de retirarse, giraba en el aire buscando el mejor ángulo para desplegar su amenaza. Sin embargo, la llegada de los perros comenzó a inclinar la balanza. Unos impedían que el ganado se dispersara mientras otros atacaban a los extraños que les disparaban tanto a ellos como a las reses. —Vaya, ese perro es en verdad un campeón —exclamó Ernesto al ver cómo impedía que las reses que los cubrían se dispersaran a pesar del ruido ensordecedor. Otro chiflido ensordecedor se escuchó en la lejanía y disparos desde otro lado sorprendieron a los atacantes. Era Gerardo, que regresaba con el grueso de los animales y se percató de la situación. —¡Es Gerardo!
Ariel, ajeno a todo lo que estaba ocurriendo en la finca tras su partida, había llegado a la reserva acompañado de su hermano Marlon, quien, por primera vez en su vida, parecía completamente dominado por el terror. Intentaba enfocar su atención mientras desplegaba los mapas de las alcantarillas debajo de la ciudad, pero sus movimientos lo delataban con un temblor que no lograba controlar. No podía entender cómo era posible que niños estuvieran refugiados en aquel lugar.El Mayor Alfonso Sarmiento examinaba los mapas con meticulosidad, trazando rutas y evaluando posibilidades. Su mirada concentrada buscaba la manera más efectiva de infiltrarse en las alcantarillas sin alertar a los enemigos. Con determinación, delineó un plan de acción claro y, sin perder tiempo, ordenó a todos que se vistieran con ropa de campaña. Estaban dispuestos a actuar esa misma noche.Ismael, Marlo
Marlon no podía contener las lágrimas mientras contemplaba la escena. Desesperado, tomó a un bebé escuálido entre sus brazos mientras Ariel cargaba a dos pequeños que se parecían a sus hijos. Los niños lloraban aterrados, y él intentaba calmarlos mientras el miedo y la incertidumbre lo consumían. En total eran seis, todos ellos estaban muy demacrados y sucios. La doctora Elizabeth llegó corriendo junto al Mayor, quien, con voz firme, ordenó que les dieran los biberones de leche que habían llevado, además de repartir emparedados a los mayores, logrando que estos dejaran de llorar y bebieran agua. —Tenemos que irnos ahora mismo. Si nosotros los oímos, los perros también lo harán —indicó el Mayor Sarmiento.Sin más dilación, se organizaron para cargar a los niños. Los may
Ariel permanecía en silencio, absorbiendo cada palabra que Camelia pronunciaba. La crudeza de lo ocurrido lo golpeaba como un pesado lastre que lo hundía más con cada detalle. Al final del relato, la sensación de alivio llegó casi como un susurro al saber que su esposa y sus hijos estaban a salvo, y que los guardias heridos se recuperarían. Sin embargo, la tensión no desaparecía por completo. Las palabras de Camelia lo sacaron de su ensimismamiento. —Te llamo porque quiero que vayas al hospital a verlos —continuó ella, intentando sonar firme pese al temblor en su voz—. ¿Puedes venir hoy mismo? El helicóptero de papá está allá, fue con Félix a llevar a Israel y Ernesto. Ariel permaneció en pausa, mirando a los niños que descansaban ahora en un frágil estado de tranquilidad, como si el sueño fue
Ariel colgó y, con la necesidad urgente de avanzar con sus responsabilidades, fue en busca de su hermano Ismael, quien seguía reunido con el Mayor Alfonso. Le explicó lo sucedido, solicitándole que lo acompañara al hospital, para cumplir su promesa con Camelia. Ismael, al escuchar los detalles, aceptó de inmediato. También quería esclarecer lo relacionado con su amigo Miller.Al llegar, el personal médico les informó que las operaciones de los guardias habían concluido con éxito. Ernesto e Israel, aunque agotados, estaban conscientes y quisieron recibirlos personalmente. La expresión de agradecimiento en sus rostros fue inconfundible. Ariel, sosteniendo su promesa, llamó a su esposa por video al momento de verlos.—Señora, felicidades. Me dejó impresionado con la forma en que reaccionó —dijo Ernesto, con una media sonrisa que inten
Miller y su hermano se mantuvieron vigilantes hasta que el primero señaló a un alto y rubio oficial que llegaba apresuradamente y se sentó en la mesa junto a la teniente Malena. Ambos comenzaron a discutir. No podían escuchar lo que decían, pero estaba muy claro que su relación trascendía la de simples compañeros. Decidieron seguir la situación para ver a dónde iba a parar, y para confirmar si era verdad que ella estaba embarazada y, en caso afirmativo, si el padre era el hermano de Miller o el visitante.Cuando los vieron marcharse, se dirigieron a casa de los Rhys. Ismael le había contado a Miller lo que estaba sucediendo con los posibles hijos de sus hermanos. En el despacho, todos estaban rodeados de una gran cantidad de expedientes que habían traído junto con los niños.Marlon aseguraba que, sin necesidad de hacer pruebas, estaba seguro de que los dos mayores eran suyos:
La doctora Elizabeth lo miró más tranquila al notar cómo Ariel aseguraba que regresaría a vivir allí si los dos niños resultaban ser suyos. Luego, continuó organizando los expedientes.—Doctora, ¿a qué se refería cuando dijo que habíamos tenido suerte? —preguntó Ariel, sentándose frente a ella.—Lo digo porque, si ve aquí, en todos dice embriones —respondió, señalando un punto en el expediente, sin que ellos entendieran nada.—¿Y? ¿Qué diferencia hay? —preguntó Marlon, moviéndose de un lado a otro con evidente impaciencia—. No veo qué importancia puede tener eso, dicen defectuoso, está claro que los eliminaron. ¡Dios!—Marlon, ¿puede usted sentarse y tratar de calmarse, por favor? —le llamó la atención Elizabeth—.
En la finca Hidalgo, todo parecía más tranquilo tras el intento de secuestro, aunque las medidas de seguridad habían aumentado considerablemente. Camelia se tomaba el entrenamiento muy en serio, siguiendo las enseñanzas de su padre, quien le impartía muchas lecciones útiles. Clavel, por su parte, también participaba en las prácticas, pero en los últimos días parecía distraída, con la mirada perdida y un silencio inquietante.—¿Qué te pasa, Clavel? —inquirió Camelia finalmente, incapaz de soportar más su preocupación—. Vamos, cuéntale a tu hermana menor qué es eso que te tiene tan apagada últimamente.Mientras hablaba suavemente cruzó un brazo por los hombros de su hermana mayor intentando aliviar la evidente carga emocional que percibía en ella. Clavel levantó la mirada triste y