Camelia respondió con una sonrisa despreocupada. Desde que llegaron se sentía muy segura y libre en la hacienda de su padre.
—Quiero estirarme un poco, además, ustedes mismos me dicen que no tengo resistencia y que debería caminar más. Entonces, ¿en qué quedamos? —respondió con picardía. Luego añadió, divertida—. Israel envía los caballos de regreso. Nosotros caminaremos. Hoy cambio el entrenamiento. No tengo ganas de hacer ejercicios. Los guardias se miraron con un deje de incredulidad, pero terminaron obedeciendo. Desde su posición, la casa se veía claramente en el horizonte, y si bien la distancia era considerable, parecía un reto sencillo. Antes de cumplir la orden, Israel preguntó si los ponis de los niños también debían regresar. Camelia asintió riendo mientras veía a Alhelí