Todos se giran al escucharla. Ella expone que habían rescatado a dos secuestradas y, a pesar del tiempo que había transcurrido, no las mataron; más bien las encontraron a ambas recién paridas. Eso les decía que lo que hacen es embarazarlas. En algún lugar las tenían pariendo sin cesar y vendían los niños. No existían registros de sus nacimientos, por lo que nadie sabe nada de bebés robados.
—¡Santo Dios! Si es verdad lo que supone, doctora —dice el policía—, estamos frente a una enorme red de traficantes de personas y, de seguro, hay muchos implicados. Esas chicas llevan cinco años desaparecidas. El niño de Marlon Rhys tiene más o menos doce años y dijo que había adultos que nacieron así. Ismael, yo sé lo desesperado que estás, pero insisto en que esperemos. —¡No, no lo haré! &mdReutilio explica que había ocurrido algo parecido con Laura: la llevaron a parir a la casa del cliente para hacer creer que era su mujer. Pero al transportarla, ella despertó y se bajó en un semáforo. ¡Lo han hecho montones de veces! ¡Nunca había pasado! El chico era joven y nuevo en el trabajo. No cerró la camioneta con seguro, y tampoco las enfermeras la habían sedado. —Les digo que deben calmarse; ellas no saben nada —asegura, jugando con su bastón—. Aunque la policía venga, pasará lo de siempre: no encontrarán nada. —¿Por lo menos cogieron a sus hijos? —preguntó un doctor. —Uno; la otra no había parido todavía, y la asociación de Camelia y Ariel Rhys lo desapareció —contestó—. Así que olvídense de esa niña. Los presentes se mira
Camelia había descubierto una nueva pasión en aprender a montar a caballo junto a sus hijos. Había dedicado tiempo y esfuerzo en perfeccionar esa habilidad, disfrutando al máximo cada momento en los amplios terrenos de la finca. Lo hacía frecuentemente en compañía de Gerardo, su hermano mayor, quien encontraba en esas cabalgatas una forma relajada de pasar tiempo con su hermana menor. A veces, también los acompañaba Clavel, conocida por su destreza en prácticamente todo lo que se proponía, haciendo cada paseo aún más dinámico y divertido.Sin embargo, el día anterior había sido diferente. Ariel, la había llamado a su habitación con una expresión inusualmente seria, algo que encendió la alarma en la mente de Camelia. Ella se sentó en la cama, intentando descifrar aquello que le preocupaba a Ariel antes de que é
Camelia lo escuchaba mientras ajustaba su sombrero y, tras las palabras de su marido, se detuvo por un instante, reflexionando. Luego, levantó la mirada hacia Ariel. —Hicimos bien en venir a vivir aquí, ¿verdad, amor? —dijo con una sonrisa tranquila, aunque un pensamiento le cruzara por la mente—. Mira, Ari… ¿crees que podrían aparecer más hermanos míos junto con esos hijos tuyos de los que hablaste? Ariel, que estaba terminando de ajustar el sombrero, levantó la mirada hacia ella con cierta sorpresa, pero sin juzgar la inquietud de Camelia. Avanzó hacia ella con pasos firmes y le tomó las manos. —No lo sé, Cami. En este momento, creo que cualquier cosa es posible —respondió Ariel con honestidad antes de deslizar las manos hasta la cintura de su esposa, mirándola con ternura y admiración—. Aquí encontr
Mientras el ex senador Camilo corría a la par de Ariel hacía la pista. Mientras le decía que no podía acompañarlo en ese momento, pero que iría temprano en la mañana en cuanto llevara a su esposa al turno médico.—Pero si existen hijos míos Ariel, llámame sin importar la hora. Ya sé que dijeron que no había más embriones en ese laboratorio, pero, no sé… el miedo no se me quita —confesó, por primera vez mostrándole a Ariel la vulnerabilidad que le carcomía por dentro. —Solo mantenme informado, y Ariel…—¿Diga mi suegro? —preguntó Ariel antes de montar al aparato.Camilo inhaló profundamente antes de agregar, mirando directamente a los ojos del joven:—No importa cuántos hijos hayan creado c
Camelia respondió con una sonrisa despreocupada. Desde que llegaron se sentía muy segura y libre en la hacienda de su padre.—Quiero estirarme un poco, además, ustedes mismos me dicen que no tengo resistencia y que debería caminar más. Entonces, ¿en qué quedamos? —respondió con picardía. Luego añadió, divertida—. Israel envía los caballos de regreso. Nosotros caminaremos. Hoy cambio el entrenamiento. No tengo ganas de hacer ejercicios. Los guardias se miraron con un deje de incredulidad, pero terminaron obedeciendo. Desde su posición, la casa se veía claramente en el horizonte, y si bien la distancia era considerable, parecía un reto sencillo. Antes de cumplir la orden, Israel preguntó si los ponis de los niños también debían regresar. Camelia asintió riendo mientras veía a Alhelí
No había tiempo para discutir, y Camelia lo sabía. Logró recuperar un poco de aire. Los disparos no cesaban derribando los animales y el helicóptero, lejos de retirarse, giraba en el aire buscando el mejor ángulo para desplegar su amenaza. Sin embargo, la llegada de los perros comenzó a inclinar la balanza. Unos impedían que el ganado se dispersara mientras otros atacaban a los extraños que les disparaban tanto a ellos como a las reses. —Vaya, ese perro es en verdad un campeón —exclamó Ernesto al ver cómo impedía que las reses que los cubrían se dispersaran a pesar del ruido ensordecedor. Otro chiflido ensordecedor se escuchó en la lejanía y disparos desde otro lado sorprendieron a los atacantes. Era Gerardo, que regresaba con el grueso de los animales y se percató de la situación. —¡Es Gerardo!
Ariel, ajeno a todo lo que estaba ocurriendo en la finca tras su partida, había llegado a la reserva acompañado de su hermano Marlon, quien, por primera vez en su vida, parecía completamente dominado por el terror. Intentaba enfocar su atención mientras desplegaba los mapas de las alcantarillas debajo de la ciudad, pero sus movimientos lo delataban con un temblor que no lograba controlar. No podía entender cómo era posible que niños estuvieran refugiados en aquel lugar.El Mayor Alfonso Sarmiento examinaba los mapas con meticulosidad, trazando rutas y evaluando posibilidades. Su mirada concentrada buscaba la manera más efectiva de infiltrarse en las alcantarillas sin alertar a los enemigos. Con determinación, delineó un plan de acción claro y, sin perder tiempo, ordenó a todos que se vistieran con ropa de campaña. Estaban dispuestos a actuar esa misma noche.Ismael, Marlo
Marlon no podía contener las lágrimas mientras contemplaba la escena. Desesperado, tomó a un bebé escuálido entre sus brazos mientras Ariel cargaba a dos pequeños que se parecían a sus hijos. Los niños lloraban aterrados, y él intentaba calmarlos mientras el miedo y la incertidumbre lo consumían. En total eran seis, todos ellos estaban muy demacrados y sucios. La doctora Elizabeth llegó corriendo junto al Mayor, quien, con voz firme, ordenó que les dieran los biberones de leche que habían llevado, además de repartir emparedados a los mayores, logrando que estos dejaran de llorar y bebieran agua. —Tenemos que irnos ahora mismo. Si nosotros los oímos, los perros también lo harán —indicó el Mayor Sarmiento.Sin más dilación, se organizaron para cargar a los niños. Los may