Caminando distraído hacia su oficina, se detiene al notar una luz encendida. Intrigado, se acerca con cautela, pero su guardia de seguridad le pide que espere mientras ellos revisan la situación. Ariel accede; no quiere correr riesgos innecesarios en su vida, especialmente ahora.
Escucha los pasos de los guardias al entrar en la oficina, seguidos de gritos sorprendidos y alarmados. Sin perder tiempo, corre detrás de ellos y lo que ve lo deja atónito: sentada en su silla, en ropa interior, está Lucrecia, tomándose fotos de manera descarada. —¿Qué cree que está haciendo, señorita Lucrecia? —la interpela Ariel, furioso—. ¿Quién le ha dado permiso para estar en mi oficina? ¿Y cómo demonios entró aquí? —¡No es lo que crees, Ariel! —exclama Lucrecia, tratando torpemente de cubrir su desnudez&mdas