Después de amarse en la arena, Ariel y Camelia volvieron a meterse en el mar y corrieron hacia la casa. Se introdujeron en silencio en el baño, donde volvieron a entregarse al amor hasta que escucharon cómo son llamados por sus hijos. Tuvieron a bien poner la cerradura en la puerta del baño.
—¡Niños! —los llama Ariel—, súbanse a la cama que ya salimos. —Sí, papá. ¿Mamá está aquí, no se fue? —escucha la voz de Alhelí. —Sí, cariño, aquí estoy. Mamá no se va a ningún lugar sin ti —le responde Camelia, con un nudo en la garganta al percibir la desconfianza en la voz de su pequeña. Ariel, que ha salido de la ducha y se está secando, no dice nada. Solo continúa haciendo lo que hace, empeñado en secarse y salir a ver a los niños. La ve d