Aurora salió corriendo y tomó a Alhelí, quien clamaba por su padre. Ariel, ante la mirada de todos los que habían salido de sus cuartos en ese momento y ante los gritos desenfrenados de su hija, corrió hacia donde sus hijos lloraban, dejando a Camelia sin saber qué hacer, atrapada en la incredulidad y la acusación que resplandecían en las miradas que le lanzaban y que la hacían sentir aún más culpable. Porque, a pesar de que tenían sus propias viviendas, habían venido a pasar el fin de semana en la casa de los Rhys, precisamente para asistir al espectáculo y al cumpleaños de Alhelí, que era el domingo. Incluso, sus padres habían venido desde la finca para participar en todo y aceptaron quedarse en la casa de sus suegros.
¡A nadie se le había olvidado, excepto a ella! Y ahora había cometido la mayor locura de todas. Aun cuand