Camelia se quedó en silencio, con un nudo en la garganta. Era verdad todo lo que le decía su abuela; ella, que adora más que a nada a sus hijos. ¿Cómo había sido capaz de hacerles eso? Había hecho sufrir a sus pequeños. Incluso su guardia de seguridad, Ernesto, le llamó la atención. Era evidente que todos se habían dado cuenta, menos ella. En ese momento, la llegada de Ariel las interrumpió.
—Buenas noches —saludó, como siempre.—Buenas noches, hijo —contestó Gisela, poniéndose de pie y frunciendo el ceño.—Disculpa que me demorara tanto, Cami. Era de veras un tremendo lío en el puerto por el embarque —continuó hablando Ariel con normalidad—. ¿Cómo quedó el baile de la niña? Camelia lo observó y se echó a llorar. ¿Cómo quedó