María Graciela se estremeció visiblemente al rememorar la masacre en la clínica. Relató cómo había convencido a las otras mujeres de mantener sus embarazos, prometiéndoles el pago acordado. Su posición como empleada del doctor le había otorgado la credibilidad necesaria.
—Durante todo el embarazo, nos encontrábamos en la consulta del ginecólogo y yo les proporcionaba dinero para subsistir —continuó—. Se alojaban en casa de una amiga de mi madre.—¿Y por qué no me avisó? —preguntó Marlon, cada vez más convencido de que algo no estaba bien con esta historia.—Ya le expliqué que los matones de ella no me dejaban ni respirar —respondió con vehemencia—. Uno se hacía pasar por mi esposo, entraba conmigo a cada consulta y, con la amenaza de matar a mi madre enferma... no me atreví a