Pedro levantó los hombros, restándole importancia a ese hecho. Estaba convencido de que no lo reconocerían. La mujer yacía en el suelo, y la casa estaba muy oscura. Además, nadie sabía quiénes eran en realidad. Nunca los encontrarían. Pagarían todo, y asunto arreglado. Su mamá no se enteraría de nada; si lo hacía, sería capaz de nunca poner la fábrica a su nombre. Además, tenían un seguro de vida por si acaso.
Su esposa estuvo de acuerdo con todo, pero le preocupaban los hombres que le ofrecieron dicho trato. Eran muy peligrosos. Pedro la miró y dijo que aceptaría, considerando que era un gran negocio. Haría que su mamá dejara de trabajar y asumiría todo él, lo cual le daría las manos libres para hacer lo que quisiera.—¿Cómo vas a hacer eso? —preguntó Mariela, frustrada—. La