2. EL DESPERTAR

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

Sé que cabo de tener un extraño sueño, pero no lo recuerdo.

Un dolor punzante me late en el costado de la cabeza. Me retuerzo con incomodidad antes de abrir los ojos y, al hacerlo, me invade el desconcierto.

El lugar en el que me encuentro es de apariencia antigua y miserable: paredes de piedra húmeda, un suelo de tierra compacta y un hedor rancio que me revuelve el estómago. No tengo idea de dónde estoy, pero hay algo más, algo que se siente distinto... aunque aún no sé qué es.

Intento ordenar mis pensamientos. Lo último que recuerdo es caer en una trampa y ser alcanzada por el destello dorado de uno de los hechizos de Mariana. Esa bruja codiciosa ansiaba mi grimorio. Pero si sigo viva, significa que algo no salió como ella esperaba. Y eso quiere decir que aún puedo recuperarlo.

Un portazo interrumpe mis pensamientos.

La puerta de madera se abre de golpe, dejando entrar a un hombre de unos cuarenta años. Su aspecto es deplorable: barba rala y sucia, ropas raídas, un hedor que llena la habitación. Pero su presencia me resulta irrelevante, porque hay algo mucho más... interesante que acapara mi atención.

Al bajar la vista hacia mis manos, mis ojos se ensanchan.

Son jóvenes.

Paso los dedos por mi busto: firme.

Tomo un mechón de mi cabello y descubro que es largo, suave y de un castaño claro sin rastro de canas.

Mi corazón da un vuelco.  Este no es mi cuerpo.

—Me alegra que haya despertado, duquesa —ronronea el hombre mientras se acerca con una sonrisa sucia, su mirada recorriéndome de pies a cabeza—. No sería divertido si no estuviera consciente.

Arqueo una ceja, divertida.

¿Duquesa? Soy Cielo Seraphina Holloway, una de las brujas más poderosas de mi generación.

¿Y realmente cree que va a forzarme? No importa que este no sea mi cuerpo.

Pobre iluso. 

Ningún hombre me ha tocado sin mi consentimiento... y hace más de cincuenta años que no me apetece uno.

El desagradable sujeto avanza con lentitud hasta quedar al pie de la cama. Sus dedos se deslizan bajo la tela de sus pantalones en un intento patético de avivar una virilidad que, conmigo, jamás podrá usar.

—Qué infortunio el tuyo, ser la esposa de un anciano. Pero no temas, esta noche conocerá a un hombre de verdad.

Se desviste torpemente, relamiéndose los labios, ignorando el desprecio que destilo.

Lo miro con aburrimiento. Lo que veo no es algo que valga la pena desde ningún punto de vista, así que solo debo levantar mi mano y concentrar un poco de mi energía en la punta de mis dedos para que el sujeto se desplome.

—¿Tanto alarde por eso? —musito, burlona, lanzando una mirada fulminante a su insignificancia expuesta. Una risa clara y cruel escapa de mis labios.

Su rostro se enrojece de ira.

—Ya verás, perra. —Se lanza hacia mí.

Su pecho está a punto de rozarme cuando lo siento: algo falla.

La energía está allí, pero no fluye.

Un vacío me atraviesa. Me desplomo sobre la cama, indefensa.

Él lo aprovecha de inmediato. Rasga la parte superior de mi vestido, dejando expuesto mi busto joven y ajeno. Cada roce, cada presión en esta piel que no es mía, la siento como propia.

Su aliento nauseabundo se posa en mi cuello. Me estremezco de asco.

Y entonces llegan los recuerdos. No míos. De ella.

De la verdadera dueña de este cuerpo: la duquesa Elizabeth.

Todo encaja. Estamos atrapadas juntas. Yo tengo el control, pero ella siente.

Y su terror bloquea mi magia.

Su mano se desliza bajo mi falda, tratando de separar mis piernas. Logro golpearlo, pero solo consigo enfurecerlo más.

—Será mejor para ti si cooperas —escupe con crueldad—. Quizás hasta lo disfrutes.

El golpe que me propina parte de mi labio.

Es difícil concentrarse. Necesito hacerla reaccionar.

"Coopera". La orden resuena en mi mente. "¿Acaso quieres que esa cosa asquerosa esté dentro de nosotras? Déjamelo a mí. Te aseguro que te gustará sentir el poder fluyendo por tu cuerpo.

Algo cambia. Lo siento. El flujo de energía vuelve a encenderse.

Sus dedos están a punto de invadirme cuando susurro:

—Jude fode sho... jude fode sho... jude fode sho...

Un instante después, el hombre se tambalea. Se lleva las manos al cuello. Jadea, gorgotea. Sus ojos desorbitados buscan aire, buscan respuestas.

Sonrío, fría.

—Y yo que pensaba ser amable —susurro, arreglándome el vestido con desdén mientras él se desploma.

Aún no es momento de hablar con la duquesa. Antes, debemos ponernos a salvo.

Con sigilo, abro la puerta. Afuera, dos hombres juegan con dados, riendo entre tragos. Sus conversaciones son tan vulgares como sus intenciones.

—Braulio se está demorando mucho, ¿crees que haya despertado? —dice uno.

—Eso espero. Tres días sin despertar es mucho tiempo, y no me agrada la idea de haberla matado —dice el segundo— aquel hombre se pondría furioso si muere antes de que él llegue a verla.

Un escalofrío me recorre. Incluso si pagaran su rescate, la duquesa jamás saldría viva de aquí. Y si lo hiciera... tal vez desearía no haberlo hecho.

No me resulta difícil escabullirme, pero debo apresurarme. Apenas me he alejado unos metros cuando un grito rasga la noche.

—¡No está! ¡Encuéntrenla!

Una voz nueva.

¿Cuatro personas para cuidar a una chica? Parece que no querían correr riesgos.

Doy un paso más... y entonces mis fuerzas me abandonan.

La oscuridad me envuelve.

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