La marcha hacia el Reino de los Vampiros continuó durante días, cruzando bosques, valles y ríos ocultos por la niebla. Aunque el grupo mantenía la compostura, el ambiente se había vuelto cada vez más tenso. Elzareth caminaba en silencio, sus ojos dorados fijos en el horizonte, pero su mente era un torbellino. Las visiones eran cada vez más frecuentes, más intensas. Y cada una parecía más real que la anterior.

Drak, atento a cada cambio en su respiración o en su expresión, mantenía distancia cuando ella lo necesitaba, y cercanía cuando su presencia era consuelo. Había comenzado a comprender que Elzareth no solo estaba luchando contra demonios exteriores, sino también contra las raíces de un poder ancestral que empezaba a florecer en su interior.

Las visiones no eran producto del azar. La figura que había visto al pie del árbol estelar era uno de los antiguos custodios del Equilibrio Primordial. Su despertar lo había alterado todo.

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En las alturas, el Reino de los Cielos había dejado