Kael no tardó en sentirse atraído. Aunque no lo admitiera, buscaba pretextos para verla. La sensación que lo recorría cada vez que ella lo saludaba con esa sonrisa suave era imposible de ignorar. Su aroma lo envolvía, lo tranquilizaba. Merek, siempre observador, lo molestaba sin piedad.
—Tus ojos brillan como los de un adolescente cada vez que ella aparece —decía entre risas—. Admítelo, te gusta.
Cuando Adelia cumplió dieciocho años, el vínculo fue revelado. Kael sintió una oleada de energía recorrer su cuerpo. El lazo era innegable. Ella era su compañera. Su otra mitad. Por unas horas, Kael creyó que podía aceptar ese destino. Pensó en un futuro con ella. En una familia. En un nuevo amanecer para la manada.
Pero su mente fue invadida por la duda. "Una Luna debe ser fuerte", pensó. "Debe luchar a mi lado, no cuidar niños". Comenzó a ver el lazo como una debilidad. Se sintió traicionado por la diosa. Se convenció de que había sido una equivocación.
Mientras tanto, Merek había comenzado