CAPÍTULO SESENTA Y UNO: TRILLIZOS.
Matthew Vaughn.
— ¡Joder, Alice! — gruño, mi reacción es explosiva. Me levanto de golpe de la silla de mi escritorio, sintiendo la sangre caliente subirme al rostro y, al instante, una oleada de vértigo me hace perder el color nuevamente.
— Matthew, amor, ¿estás bien? — pregunta Alice, el pánico tiñendo su voz.
Llego a duras penas hasta mi silla y me dejo caer, desplomándome sobre el asiento, sintiendo todo el peso de la noticia.
— No — articulo, mareado, sintiendo mi pulso golpear en mis sienes.
Alice corre, toma una carpeta y me abanica el rostro con movimientos rápidos.
— Agua, por favor — jadeo.
— Sí, sí, claro.
«Joder, qué manera tan patética de reaccionar a la noticia. No me imagino a la hora del parto», pienso, con los ojos cerrados y la frente perlada de sudor frío.
— Gracias — digo, después de tomar el vaso de agua que Alice me ofrece, sintiendo cómo el color regresa a mis mejillas. Escucho su risita suave. La ignoro, pero siento una calidez