Recuerdo

CAPÍTULO CUATRO: RECUERDO.

Matthew Vaughn.

Durante cinco años, Matthew Vaughn, con tan solo treinta años de edad, había dirigido la empresa familiar de alimentos. Se encontraba en su despacho, revisando los estados financieros de la compañía, como ya lo venía haciendo desde que asumió el puesto de la presidencia como CEO.

En todo ese tiempo, había desarrollado habilidades en el mundo de los negocios, con empresarios de alta reputación, tanto nacionales como internacionales. Su destreza en la sala de juntas y en reuniones con grandes productores, accionistas, inversores y magnates le había enseñado a ser astuto y calculador, a evaluar las estrategias para cerrar cualquier trato.

Muchos lo describían como déspota y arrogante, y de cierta forma, lo era, porque sabía que era necesario serlo en un mundo tan competitivo como el de los negocios.

Estar en la presidencia no le fue fácil. Primero tuvo que pasar por pruebas que exigían su capacidad y destreza. Cada una de ellas fue expuesta por los socios en una junta, donde todos estaban reunidos en el salón principal. Su padre, en ese entonces Christopher Vaughn, dirigía el comité y también la empresa, donde era el presidente y accionista mayoritario.

FLASHBACK.

Cada uno de los socios le entregó su propuesta, que en total eran siete. La elección era muy sencilla y eficaz. En un recipiente de cristal, meterían un papel con la propuesta, y Matthew se encargaría de sacar uno. El resultado sería la prueba que debería cumplir durante el periodo asignado.

— ¡¿Padre?! —dijo él con su voz suave pero firme. Extendió su mano, entregando la nota doblada.

Christopher, con su porte serio y sus ojos evaluadores, recibió la nota sin decir palabras. Un suave carraspeo se emitió antes de que hablara. Desenvolvió la tira de papel y leyó:

— Debe realizar un viaje por una semana y lograr cerrar un contrato con los nuevos proveedores de la materia prima por cinco años —leyó—. Esto quiere decir —exclamó— que debe traer ese contrato, Matthew, en una semana. No puedes regresar hasta que lo consigas.

— Quiero recalcar que hemos estado intentando contactarlos por mucho tiempo y que hasta ahora aceptaron escucharnos —explicó, y se tomó un minuto para continuar—: Por eso es muy importante no dejar ir esta oportunidad y colocar sobre la mesa todas las alternativas para que ellos nos provean lo que necesitamos, sin ofrecer más de lo necesario —expuso, dejando la responsabilidad en su hijo.

Christopher se puso de pie, dando por culminada la reunión, y salió del salón directo a su oficina. Matthew, con su postura recta e imponente, lo siguió. Sabía que ahora tendría una reunión más privada, más personal.

Entró en la oficina, cerrando la puerta tras de sí, caminó en la misma dirección que su padre y tomó asiento en una de las butacas frente a la mesa de madera pulida y brillante que los dividía.

— Bien, Matthew —pronunció Christopher—. Tienes una gran responsabilidad por delante. Recuerda todo lo que te he dicho, ponlo en práctica.

— Confianza y seguridad —mencionaron al unísono.

— Lo tendré en cuenta, padre —dijo Matthew sin emoción.

Sabía que no era su único reto, que después de este vendría uno más grande e importante para permanecer en el legado. Pero, por ahora, debía enfocarse en el presente y en lo que debía traer del exterior.

— Prepara tu equipaje —ordenó su padre—. Partirás mañana mismo en la noche.

— ¿Tan pronto? —exclamó Matthew con sorpresa.

— Sí —afirmó—. El jet privado está a tu disposición, y las reservaciones en la suite del hotel están aseguradas. Solo haz tu trabajo.

Matthew asintió.

— Es todo —preguntó al ponerse de pie.

Su padre asintió con un movimiento de cabeza. Matthew caminó entre las butacas, se giró hacia la puerta y salió de la oficina. Cerró la puerta con un suave clic y se dirigió hacia el ascensor, con la mente ocupada, ordenando sus ideas y haciendo notas mentales de lo que debía hacer después de salir del imponente edificio.

Salió del estacionamiento en su auto deportivo Bugatti Veyron Super Sport negro. El coche se deslizó por las calles del centro de la ciudad sin hacer el más mínimo ruido, pero sin pasar desapercibido, ya que solo existían tres modelos en el mundo y Matthew Vaughn poseía uno, un obsequio de su padre al cumplir los veinte años.

Tomó la autopista que lo llevaría al norte de la ciudad, a una zona exclusiva donde se encontraban grandes residencias de más de 200 metros cuadrados. El pie de Matthew presionó más el acelerador, y después de un cambio de velocidad manual, tardó solo treinta minutos en llegar y detenerse frente a la gran verja de hierro forjado.

— Joven —dijo el vigilante de turno, dándole el pase de entrada sin esperar una orden.

Con un movimiento de cabeza en señal de agradecimiento, Matthew ingresó, recorriendo diez kilómetros desde la entrada para encontrarse con la imponente mansión que destilaba lujo por donde se la mirara.

Estacionó su auto de lujo y un empleado salió a recibirlo para estacionarlo, mientras Matthew se dirigía hacia la gran puerta de madera caoba. La ama de llaves la abrió de inmediato.

— Joven Matthew, bienvenido —exclamó ella, con su figura recta y pulcra en su uniforme azul marino.

— Gracias, Amara.

Matthew siguió su camino sin detenerse. Subió las escaleras de dos en dos, con pasos alargados, hasta llegar al segundo piso, donde se dirigió a su habitación.

— ¿Es esto lo que realmente quiero? —se dijo a sí mismo antes de cruzar la puerta de su recámara.

Fin del Flashback.

— ¡Señor, señor! —logró escuchar desde lejos. La voz lo sacó del trance momentáneo. Era su asistente, llamándolo. Lo asumió, ya que se encontraba frente al escritorio que los separaba.

— Señor, su vuelo es en dos horas —mencionó como recordatorio.

Matthew asintió. Noah llevaba poco menos de dos años trabajando para él. Era eficiente y una joven centrada en su labor.

— Su equipaje ya está a bordo del jet —continuó—. Solo falta usted.

— ¿Reservación del hotel? —preguntó, con voz áspera y sin levantar la vista de los documentos.

— Confirmada, señor —afirmó.

— Bien —dijo, poniéndose de pie para luego guardar los documentos en el portafolio de cuero negro.

— Nadie entra a mi oficina si no estoy —ordenó—. Quedas a cargo, Noah —enfatizó en lo último. Ella lo entendía, pero no estaba de más recordárselo.

— Sí, señor —asintió y, al mismo tiempo, hizo un ligero movimiento de cabeza.

Matthew cruzó el umbral de la puerta y caminó hacia el ascensor. Detrás de él, como una sombra, Noah le seguía los pasos.

— No dudes en llamar si requieren de mi presencia —manifestó.

— Paul —dijo en forma de saludo. Paul abrió la puerta del auto—. Al aeropuerto —ordenó, ya dentro, en el asiento trasero.

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