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Deseo darle un sentido a mi vida.

CAPÍTULO CINCO: DESEO DARLE UN SENTIDO A MI VIDA.

Matthew Vaughn.

Sellé el contrato estampando mi rúbrica en las hojas del documento.

— Bienvenido nuevamente, señor Manzkhet —manifesté, poniéndome de pie y extendiendo mi mano a modo de cortesía.

Él repitió la misma acción, levantándose y recibiendo mi mano con un ligero apretón. Al mismo tiempo, hizo una leve inclinación de cabeza, dando por culminada nuestra reunión.

— El placer es mío —agregó—. Con las nuevas implementaciones, tendremos alimentos de primera calidad —mencionó, a modo de elogio.

Asentí.

Cerré la puerta tras salir del salón del hotel y me dirigí al ascensor que me llevaría al último piso del lujoso edificio. Entré en la cabina de acero, presioné el botón número treinta y, en cuestión de minutos, el "tilín" de la alarma me indicó que había llegado. Las puertas se abrieron a cada lado, mostrándome la suite.

Solté un suspiro de alivio al darme cuenta de que todo resultó como lo esperaba.

«Los quince días que tenía previstos en Inglaterra se redujeron a una semana de arduo trabajo», pensé.

Dormí tan solo cuatro horas por las madrugadas, pero el sacrificio valió la pena y, por supuesto, los resultados fueron positivos y los esperados. Me llevaría de regreso a Londres la renovación del contrato multimillonario y nuevas propuestas de otro proveedor.

Anoche rechacé la invitación a un club nocturno con la excusa de que tenía un compromiso. «Mentira», pensé. ¿Tenía dudas sobre la firma de hoy? No me conocen.

Soy un hombre de palabra y, antes de dar un paso, estudio todas las posibilidades.

Les devolvería la atención en mi ciudad en otra oportunidad. De inmediato, y a modo de agradecimiento, me ofrecí para un desayuno mañana a las diez en el restaurante del hotel. Hice la llamada con la propuesta, que aceptaron de inmediato.

— ¡Bien! ¡Perfecto! —dije, afirmando lo acordado, para luego colgar la llamada.

Dentro de las cuatro paredes de la suite, bajo el silencio y la soledad, me dirigí al minibar que está en un rincón del salón para servirme un trago de whisky sin hielo. Vertí el líquido en el vaso de cristal, me dejé caer sobre el sofá de cuero negro y me llevé el vaso a la boca para tragar el líquido ámbar, que dejó una sensación entre ardor y calor, quemando mi garganta. ¡Cayó como fuego dentro de mi estómago!

Pienso en el tormento de mis pesadillas y aún no sé, ni entiendo el porqué de ellas. Se repiten cada noche, alterando mi descanso y mi paz. ¡Es confuso! Es una mezcla de un sueño a otro, como si fuera una realidad que ya he vivido y que el subconsciente me recuerda.

— ¡Maldita sea! —refuté con frustración.

¿Qué tienen que ver un cuerpo desnudo que no muestra rostro y el llanto de unos bebés? ¿Por qué me persiguen? ¿Por qué me atormentan? Luego está esa otra pesadilla: un accidente, un carro con las llantas arriba, un cuerpo siendo sacado de entre los hierros.

¡Nunca logro ver quién es, porque despierto exaltado en el mismo punto!

Pierdo la noción del tiempo y ya no bebo el whisky del vaso, sino directamente de la botella.

Me encuentro mareado con el líquido haciendo efecto en mi sistema.

Me levanto del sofá y, tambaleando un poco, llego al ventanal del salón.

La ciudad iluminada se muestra ante mí, los carros a lo lejos y unos diminutos cláxones apenas audibles.

«Deseo darle un sentido a mi vida», pensé.

— Deseo darle un sentido a mi vida —exclamé en voz alta esta vez, mención que hizo que los vellos de mi piel se levantaran—. Quiero más que estar detrás de un escritorio y de ser el CEO.

Durante años me he esforzado por ser quien mi padre me había impuesto, y ahora le agradezco lo que soy hoy en día. Pero desde la traición de mi ex prometida, no he vuelto a tener a nadie más, y es que me cerré al romance, al amor, al compromiso. No pierdo la esperanza de que a alguien de verdad le importe más por lo que soy y no por lo que tengo.

****

La luz del amanecer se filtró a través de la cortina de mi habitación, molestando mi visión, pero lo que más me molestaba eran las punzadas en mis sienes y el dolor insistente en mi cabeza. Recuerdo que terminé bebiendo toda la botella de whisky. El licor tuvo suficiente efecto que terminé tambaleándome y agarrándome de la pared hasta que llegué a la cama.

Pienso en el modo en que llegué allí, y realmente otros se morirían de la risa de lo patético que me veía.

Pasé mi mano por el cabello despeinado y me di cuenta de que el reloj aún estaba en mi mano izquierda. La aguja del reloj marcaba las 8:30 a.m. Me lo quité y lo dejé sobre la mesita de noche.

«¡Aún estoy a tiempo!», pensé.

Me senté en la orilla de la cama, notando que todavía tenía puesta la ropa de anoche. Me levanté y me quité toda la ropa, quedando completamente desnudo.

— Necesito quitarme cualquier rastro de licor —me dije a mí mismo, yendo hacia el baño. Fui directamente a la bañera y abrí la llave para que se llenara con agua tibia.

El agua tibia acarició mi piel, tensando mis músculos y, al mismo tiempo, relajándome. Pegué mi espalda al respaldo de la tina y me quedé allí por aproximadamente media hora. Elegí una ropa casual, sencilla pero elegante, que dejara ver mi apariencia imponente: un pantalón de vestir de color negro petróleo, una camisa beige de manga tres cuartos y un par de zapatos casuales color marrón, con un cinturón a juego. Terminé de vestirme, ajusté el reloj en mi mano y, finalmente, me rocié el perfume.

La puerta se cerró tras mí después de salir del ascensor, dejando atrás un rastro de mi perfume.

— Buenos días —dije al llegar a la mesa donde me estaban esperando, con la voz ronca y neutra que suelo usar para este tipo de reuniones—.

— Discúlpenme la espera —manifesté, sabiendo que mi puntualidad es una de mis cualidades.

— Nada de disculpas, señor Vaughn —dijo, poniéndose de pie para saludarme—. Llegó justo a tiempo. Además, yo acababa de llegar —expresó restándole importancia.

Ambos tomamos asiento. Iniciamos una conversación fluida, nada de trabajo, dejando a un lado las formalidades. Mientras nos atendían con el desayuno sobre la mesa, continuamos hablando. Entre bocados y bebidas, le hice la invitación a Londres para una salida de tragos.

— Agradezco la invitación y la acepto gustosamente —exclamó con amabilidad—. Cuando esté en la ciudad, me comunicaré.

Asentí.

Ajusté el reloj en mi mano y vi la hora. ¡Vaya, se me había pasado el tiempo!

— Debo retirarme, Jack —anuncié, llamándolo por su nombre de pila, y me puse de pie enseguida.

— Entiendo —agregó con comprensión.

— No olvide la invitación —le recordé—. Nos vemos en Londres.

Asintió.

— Yo pago —dije, refiriéndome al desayuno.

— No. La invitación corre por mi cuenta.

Asentí, ya que no estaba para discutirlo, pero le hice saber que, en mi ciudad, me tocaría a mí.

— Perfecto.

Llegué a la suite y comencé a empacar todo dentro de mi maleta. A su lado, coloqué mi maletín y verifiqué que la llave digital de la suite estuviera en mi bolsillo. Salí con la maleta y el maletín en mis manos, dirigiéndose a la recepción para entregar la llave y anunciar mi partida.

Una hora atrapado en el tráfico de la ciudad, pero al fin llegamos al aeropuerto donde me esperaba mi personal.

— Señor —dijo mi copiloto a modo de saludo e inclinación de cabeza cuando me vio salir del coche.

Asentí con un gesto.

— ¿Todo está listo para el vuelo? —pregunté.

— Sí, señor Vaughn —afirmó.

— Bien.

— Permítame —dijo, señalando mi maleta, y se la entregué.

Me adentré en la sala que me conducía al avión. Esquivé a algunas personas, ya que el lugar estaba repleto de pasajeros. El teléfono vibró en mi bolsillo y mi instinto fue sacarlo. Bajé la mirada. La pantalla iluminada mostraba un mensaje de mi padre que me hizo resoplar:

«Necesito verte mañana a primera hora».

Terminé de leerlo cuando alguien chocó contra mí. Evidentemente, no me moví ni un ápice, pero mi reacción fue inmediata y la atrapé, evitando su caída.

Su voz, pidiendo "disculpas", hizo eco en mis oídos. No sé por qué sentí que la había escuchado antes, pero su rostro y sus ojos de color verde claro no me parecían haberlos visto antes, y mucho menos en esta ciudad.

«No me perdonaría olvidar a una mujer tan hermosa».

Su cuerpo tembló ligeramente cuando sus ojos se encontraron con los míos. ¿Por qué?

El sarcasmo que solía usar cuando me rodeaba de personas que no conocía me obligó a pronunciar aquellas palabras. Nuevamente, su voz sonó con un tartamudeo que la hacía ver graciosa y hermosa al mismo tiempo.

Nos pusimos en posición normal y me di cuenta de que a mi mano le faltaba el celular que traía. Miré hacia el suelo y ahí estaba, junto a unos pasaportes, uno de ellos abierto. Me fijé en su nombre.

— Alice Collins —murmuré para mí.

Como un autómata, saqué de mi bolsillo mi tarjeta de presentación y la extendí.

— Aquí tiene —mencioné, repitiendo su nombre para que no se me olvidara.

Ella me lo agradeció y le dije mi nombre para que me recordara, pero entonces recordé que ya me había presentado antes con la tarjeta. Pasé por su lado y fui hacia la salida, buscando el avión que me llevaría de vuelta, con la nueva imagen de una mujer hermosa en mi mente.

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