CAPÍTULO VEINTITRÉS: EL TIEMPO ARDE.
Alice Collins
No había visto a Matthew desde aquel día en su despacho. Ese día en el que el beso me había robado el aliento y por poco me derrito en sus brazos.
—He correspondido a sus besos y, por Dios, nos devoramos la boca —susurré, llevando mis dedos a mis labios. Comencé a acariciarlos, sintiendo la memoria fantasmal de esa presión, esa urgencia.
Solté un suspiro largo y tembloroso porque, desde entonces, no había podido sacarlo de mi mente.
«Y luego, salí huyendo de su despacho, despavorida, como una cobarde», me lo recordaba mis pensamientos sin piedad.
Me tapé la cara con ambas manos, sintiendo el ardor en mi piel.
—¡Dios mío! —Exclamé, porque una cosa era la noche inicial, y otra era sentirlo nuevamente, ya consciente, con mis cinco sentidos claros. La sensación era más nítida, más eléctrica, y, para mi horror, me gustaba.
FLASHBACK
Nos separamos por pura necesidad, no por voluntad. Mi pecho subía y bajaba con el esfuerzo. El silencio en