Andrés estaba en su despacho, como casi todas las noches, con la mirada perdida en la pantalla de su computador, fingiendo trabajar mientras su mente vagaba entre recuerdos y remordimientos. El silencio de la casa solo era interrumpido por el leve tic-tac del reloj colgado en la pared, que marcaba la una de la madrugada. Estaba a punto de cerrar su portátil cuando una notificación vibró en su celular, rompiendo la su concentración.
Frunció el ceño. Tomó el teléfono con una mezcla de cansancio y curiosidad. Lo desbloqueó con su huella y entró a WhatsApp. Un nuevo mensaje de su mejor amigo, Maicol .
—Hermano, lamento mandarte este video a esta hora… pero necesito que veas lo que grabé entre Mariana y tu madre. Lo siento, mañana hablamos. Andrés.
Sintió un vuelco en el corazón. Su pulgar tembló un segundo antes de presionar sobre el video. El archivo comenzó a reproducirse. Al principio solo se escuchaban voces distorsionadas, pero en segundos la imagen se estabilizó. La escena que apare