El portón se cerró detrás de Mariana con un golpe seco, como si la casa misma quisiera marcar el final de algo. Ella salió casi corriendo, con el corazón apretado, con las lágrimas descendiendo por su rostro y un nudo en la garganta que le robaba el aliento. Sus pasos eran torpes, sus manos temblaban y sudaban . Todo dentro de ella gritaba que huyera, pero sabía que no había a dónde ir. Lo que acababa de pasar dentro de esa casa le había confirmado lo que tanto temía: Andrés la odiaba profundamente. Y no un odio simple, era uno que dolía, que quemaba, que se sentía en cada palabra, en cada mirada fría que él le lanzaba.—¡Mariana, espérame! ¡Amiga! —la voz de Sofía cortó el aire con urgencia.Mariana no se detuvo. Caminó unos pasos más hasta que sintió la mano de Sofía sujetándole el brazo con delicadeza. Se giró lentamente y, al mirarla, sus lágrimas cayeron sin freno. Eran como una cascada imparable, cargadas de dolor, rabia e impotencia.Sofía, al verla tan rota, no dudó en abrazar
Mariana subió lentamente las escaleras con el corazón latiendo con fuerza. Cada paso la acercaba a una verdad que había postergado durante días, y aunque sabía que Nicolás merecía escucharla, el miedo a su reacción la carcomía por dentro. Apretó con fuerza la manija de la puerta y entró en la habitación de su hijo.—Mi pedacito de cielo... ¿dónde estás? —preguntó Mariana, con su voz temblorosa y con un dejo de nerviosismo mientras escaneaba con la mirada cada rincón del cuarto.—Aquí, mami —respondió Nicolás, saliendo del baño con una sonrisa inocente que, por unos segundos, calmó el torbellino de emociones que agitaba el alma de Mariana.—Nicolás, ven, siéntate a mi lado —dijo ella, sentándose en el borde de la cama mientras palmeaba el colchón suavemente, indicándole con dulzura que se acercara.Nicolás obedeció con rapidez. Se acomodó junto a ella, con sus ojitos brillantes de emoción, y su pequeño cuerpo vibrando con la curiosidad de un niño que, aunque aún no comprendía del todo
¡Maldita sea! —susurró Andrés, saliendo de la habitación con el corazón golpeando fuerte en el pecho. No era rabia, era desesperación. Una mezcla venenosa de frustración, confusión y dolor.Se pasó las manos por el rostro, intentando encontrar algo de calma, pero solo encontró un nudo en la garganta que se negaba a deshacerse y abandonarlo.Al entrar al comedor, ahí estaban Nicolás, Zoe y Alessia, desayunando como si nada pasara, como si la vida no estuviera hecha pedazos en el interior de él. Todos reían, compartían miradas cómplices, disfrutaban de la mañana. A él le pareció una burla ridícula del destino o de la vida.—Buenos días —dijo, arrastrando la voz mientras se sentaba, forzando una sonrisa que no le llegaba a los ojos.—¡Papi! Buenos días —respondió Nicolás con una sonrisa brillante, terminando su jugo de naranja. Se levantó enseguida para ir a cepillarse los dientes.Andrés lo siguió con la mirada, sintiendo una punzada en el pecho. Nicolás era su hijo, su vida. Pero ni si
Mariana llegó a la empresa con el rostro serio, la espalda adolorida y el corazón aún más pesado que su cuerpo. El frío de la mañana no ayudaba, pero lo que más la lastimaba era la tristeza que arrastraba desde la noche anterior. A pesar del dolor, caminó con la cabeza en alto. No iba a dejar que nadie notara cuánto le dolía su situación con Andrés.—Buenos días, amiga —saludó Sofía con una sonrisa cálida, tendiendo un café humeante.Mariana suspiró, aliviada al ver aquel gesto amable. Tomó el vaso de cartón entre sus manos heladas y le dio un sorbo mientras sentía cómo el calor le acariciaba los labios.—No amanecí muy bien... Me duele la espalda porque me tocó dormir en el suelo —murmuró con una mezcla de frustración y resignación.Sofía la miró con el ceño fruncido, indignada por lo que escuchó.—¿Por qué, Mariana? ¿Qué demonios pasó?Mariana apretó el vaso entre las manos. Sus labios temblaron por un instante antes de hablar.—¡Maldito arrogante! Eso es lo que es Andrés —soltó co
La tensión entre Mariana y Andrés era un monstruo silencioso que crecía día tras día, invadiendo cada rincón de su casa, en la oficina . No había gritos frente a Nicolás, no habían discusiones abiertas en el comedor o en la sala, pero las miradas frías, las respuestas cortantes y el dolor contenido se desbordaban cada noche en su habitación, donde ni siquiera compartían la cama.Y fue en una de esas noches, bajo la tenue luz de la lámpara de la oficina, que Mariana se lo dijo, sin mirarlo ni siquiera a los ojos:—No quiero que nadie sepa en la empresa que somos esposos de papel —murmuró, con su voz tan baja como el temblor de su corazón.Andrés ni siquiera respondió. Solo asintió con un movimiento casi imperceptible de su cabeza. Y ese silencio fue un cuchillo más entre ellos.Esa tarde, mientras Nicolás hacía su tarea en la sala, Mariana decidió que, al menos por esa noche, intentaría que todo pareciera normal.Pensó en algo especial, algo que su pequeño adoraba y que también sabía
Mariana entró a la oficina de Andrés con una sonrisa radiante, esa que solía iluminar incluso los días más pesados. Sostenía una bandeja con una taza de café humeante entre las manos, caminando con paso firme hacia el gran escritorio de roble donde su esposo hojeaba unos papeles con el ceño ligeramente fruncido.—Aquí está su café, jefe —dijo Mariana con voz suave, dejándolo con cuidado frente a él.Se paró erguida frente a Andrés, sus manos cruzadas detrás de la espalda, y añadió con profesionalismo:—Ya está lista la sala de juntas y los socios están empezando a llegar.Andrés levantó la vista, sus ojos grises se encontraron brevemente con los de ella. Una sombra de cansancio cruzaba su mirada, pero logró esbozar una leve sonrisa.—Gracias, ya voy para allá —contestó, agarrando unos papeles junto a una carpeta azul. Esa carpeta contenía la presentación para el nuevo proyecto que tanto había trabajado durante semanas.Mientras guardaba los documentos en su portafolio, se detuvo un se
Mariana salió de la empresa junto a Sofía. El viento de la tarde movía su cabello mientras ambas caminaban en silencio hacia la cafetería más cercana. La jornada había sido pesada, pero lo que pesaba aún más era el nudo de angustia que Mariana llevaba en el pecho.Apenas llegaron, entraron al pequeño local de aroma a café recién molido. Cada una pidió un café para tomar ,mientras hablaban un rato, buscando un momento de calma y tregua para sus emociones.—¿Qué pasó en la junta, Mariana? —preguntó Sofía, recibiendo su café de manos de la mesera.Mariana dio un largo suspiro, bajando la mirada a su vaso de cartón como si allí pudiera encontrar la fuerza para contar lo sucedido.—Pasó que uno de los hijos de los socios importantes se estaba sobrepasando conmigo —comenzó Mariana a contar , con la voz quebrada—. Pero se pasó de verdad cuando colocó su mano en mi pierna. Amablemente le pedí que la quitara, pero no quiso, al contrario, la apretó más... así que le di una cachetada.Sofía abri
—Mariana, te estaba buscando… Te estuve llamando, ¿por qué no me contestabas? —la voz de Andrés sonaba quebrada, cargada de ansiedad, como si temiera la respuesta que estaba por recibir.Mariana levantó la mirada de su celular, sorprendida al verlo allí, frente a ella, con esos ojos oscuros llenos de ternura que tanto había amado. Cerró los ojos por un instante, preparándose para lo inevitable. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía menos doloroso.—Estaba trabajando, Andrés —respondió Mariana con frialdad, aunque por dentro sentía que se desmoronaba—. Sabes que quiero terminar esta relación.Andrés retrocedió un paso, como si sus palabras fueran un golpe invisible que lo había derribado.—¿Terminar? —susurró, con un hilo de voz—. Mariana… ¿Por qué? Pensé que éramos felices, que íbamos a casarnos…Ella apretó los puños. Cada palabra de Andrés era una puñalada en su corazón. No quería hacerlo sufrir, pero no tenía elección. No después de la conversación que tuvo con la m