—Pasajeros del vuelo cuatrocientos cincuenta y dos con destino a Silverpine, por favor dirigirse a la puerta número ocho para abordar.
Astrea escuchó la voz robótica en las bocinas del aeropuerto, no le había dicho a su madre que regresaba, porque le quería dar una sorpresa. Ya que tenía meses pidiéndole que lo hiciera, de todas maneras le había prometido que luego que llegara del medio oriente, lo haría.
Cuando subió al avión, le tocó el puesto de la ventanilla. Agradeció que no le tocaría al lado de ninguno de los niños que había visto en la fila del chequeo. No porque no le gustaran, sino porque le hacían anhelar algo que jamás iba a tener.
Era a penas su primer año, ser una niña prodigio, tenía sus desventajas y una de esas era entrar en la universidad a muy corta edad, y que todos se burlaran e incluso te apodaran: Babe.
Aquel día era el más feliz de su vida, cumplía dieciocho años. Haría contacto con su Lobo, por primera vez, pero eran las nueve de la mañana y todavía no hacía acto de presencia. De pronto comenzó a sentirse un tanto mareada, se regañó por haber comido tanto en el desayuno. Pero no quería desairar a su madre, que había preparado su desayuno con mucho esmero.
Pidió permiso al profesor para salir un momento al baño, pensó que al abrir la puerta y dejar que el aire fresco la golpeara un poco estaría muy bien. Cuando de pronto un aroma, sándalo y madera recién cortada, y un suave toque de limón invadió sus fosas nasales. Haciéndola sentir algo extraña, su sangre comenzó a calentarse y su cuerpo a hormiguear.
Era como si fuese atraída como el canto de una sirena detrás de aquella fragancia comenzó a caminar, a buscar quién tenía ese olor. Hasta que salió al gran jardín de la universidad, el latido de su corazón retumbaba en sus oídos. Sentía que le faltaba el aire, un hombre joven estaba parado frente a ella de espaldas.
Era alto, con el cuerpo fibroso. Llevaba puesto unos jeans oscuros de cintura baja, y una chaqueta de cuero. Su cabello recogido en una coleta pequeña. Un aire de autoridad lo envolvía, sintió miedo al punto de darse la vuelta y volver por donde había llegado. Pero ya era muy tarde, él la había sentido.
Se volteó lentamente, estaba sonriendo, pero al verla, quedó en shock y su sonrisa se borró de manera inmediata.
—¡¿Tú?! —dijeron ambos a unísono.
Para Astrea aquello era imposible, sintió como hilos de color del fuego los envolvía, y hacían que el joven diera un paso hacia donde ella se encontraba. Era como si los atrajera una fuerza magnética, de la cual ninguno de los dos podía escapar.
—¡Esto debe ser una broma de mal gusto! —el chico manifestó con voz sarcástica.
—¿Eres mi compañero? —ella no pudo evitar preguntar dando una sonrisa, al mismo tiempo en que sus mejillas se sonrojaban.
Al escuchar aquello, él se acercó a Astrea y le tapó la boca con la mano y la llevó más adentro del jardín mirando a todos lados. Era obvio que no quería ser visto con ella.
—Ni en tus sueños más lujuriosos, Astrea —contestó él de manera arrogante, muy cerca de su oído—, no existe esa posibilidad.
La soltó de golpe y cayó de rodillas sobre la arena.
—Pe… pero… eres…
—¡No lo digas! —exclamó furioso, y puso las manos sobre su pecho— ¿A caso no sabes quién soy?
—¡Sí! —ella se levantó y dio un paso hacia adelante.
—Tú no puedes ser mi compañera…
Al escuchar aquello, Astrea sintió que su alma se partía en mil pedazos y un nudo en la garganta comenzó a formarse. Jamás fue tratada de ese modo, y lo peor del caso era que ni siquiera su lobo hacía acto de presencia, entonces no entendía cómo era que estaban destinados.
—Tie… tienes razón —dio un par de respiraciones—. Pero esto no lo decidimos nosotros, sino la diosa Luna.
—Entonces, al parecer ella no me quiere porque me está dando a una compañera como tú…
—¿Y qué tengo yo? —chilló— ¡No me conoces!
—Tampoco perderé mi tiempo haciéndolo, no tienes lobo, no eres bonita, pareces un ratón de biblioteca —inquirió con voz firme, al mismo tiempo que se subía la manga de su chaqueta— Acércate, terminemos con esto de una vez.
—Piénsalo, por favor… yo…
—¡No! —espetó—. Yo, Kael Wagner… Te rechazo Astrea Cadwell como mi compañera —la miró con los ojos entrecerrados— ¡Ahora tú!
—Yo…
—¡Apúrate que no tengo todo el día!
Ella cerró los ojos porque un fuerte dolor en el pecho no la dejaba respirar.
—Yo, Astrea Cadwell… Te rechazo Kael Wagner como mi compañero…
Al pronunciar la última frase, sintió que sus piernas fallaban…
—Señorita… —sintió una voz dulce—. Señorita, despierte…
Astrea abrió los ojos de golpe, y la chica le dio una sonrisa.
—Aterrizaremos en Silverpine en siete minutos.
Aunque estaba un poco desorientada, asintió con la cabeza, y se abrochó el cinturón.
«Ya no soy aquella chica», se dijo con la intención de convencerse así misma.