Mundo ficciónIniciar sesiónIsabella
Golpeaba mis dedos contra la gran mesa de cristal, este era él restaurante más lujoso del país, tenia un huracán de pensamientos en mi interior. Ni siquiera me importaba el lugar donde me encontraba en este instante. ¿Jamás entenderé del porqué estoy llena de lujos, cuando siento que el alma se me parte en dos? ¡ Me voy a casar ! Santo Dios...No por amor. Ni siquiera por deseo. Me caso por obligación, para que nada le suceda a mi familia, por no ver a mi padre tras las rejas. Por salvar la empresa de papá, y sobre todo para que mi sobrina puede tener una vida plena.
Exhalé intentando soltar la presión en mi pecho, veo al señor David entrar. Juro que se ve impecable. Viste un traje perfectamente lujoso, un reloj de marca rolex con diamantes. Incluso su ropa lo hace ver arrogante. Me cae muy mal. Aunque debo admitir que su atractivo no se puede negar, esa barba incipiente le daba un toque de dureza que me incomodaba profundamente. La mesera, como si atendiera a la realeza, se apresuró a abrirle la silla. Él tomó asiento frente a mí, con una sonrisa que parecía tallada en mármol.
—Hola, Isabella — saludo con esa voz seductora, que aparentemente lo caracteriza.
Lo saludé sin una pizca de emoción. No tenía sentido.
—¿Deseas algo de tomar? —me preguntó cortésmente.
—No, nada. Vine nada mas a que hablemos rapidísimo — declaré elevando las cejas.
Él asintió, hizo un leve gesto con la mano despidiendo a la mesera y se recostó en su silla, cruzando las manos sobre la mesa.
—Bien, dime, ¿qué es lo que quieres hablar conmigo? ¿Has pensado en la propuesta?
Me tomé unos segundos antes de responder. La voz me temblaba por dentro, pero logré mantenerla firme.
—Sí… lo he pensado muy bien antes de tomar una decisión. Sin embargo tengo dudas.
—¿Dudas? —levantó las cejas con una sonrisa ladeada.
—Exactamente. Tengo unas dudas muy claras. Quiero saber ¿por cuánto tiempo estaremos casados?
Su sonrisa se amplió, casi divertida por mi pregunta. Idiota.
—¿Quieres saber por cuánto tiempo vamos a casarnos? —repitió como si fuera un juego.
—Sí. Porque, seamos honestos, esto es un contrato. No es amor. No hay sentimientos de por medio. Es un simple acuerdo donde usted ayudará a mi familia y a cambio yo… —tragué saliva—, yo aceptaré casarme con usted. Praticamente me estoy vendiendo. —Lo último lo dije en un susurro.
David inclinó su cabeza, mirándome fijamente.
—Digamos que podrían ser, seis meses, un año o quizás tres años. Depende de cómo fluya.
—¿Cómo fluya? —bufé, rodando los ojos—. ¿Qué cree que pueda fluir aquí? No hay amor, no hay nada. Es un negocio nada mas. No puede existir tal cosa.
David sonrió de lado.
—Tranquila, solo será tres años —afirmo al fin.
Senti algo feo recorrerme la espalda.
—¿Tres años es demasiado? ¿En tres años realmente podría saldar todo lo que mi padre debe?
Él suspiró con cierta impaciencia.
—Creo que es muy poco tiempo, sin embargo serán tres años. Si no… —se encogió de hombros— ya no está en mis manos. Yo quiero ayudar. Pero son mis reglas. O lo tomas o lo dejas cariño.
Me llevé la mano a la cabeza...cansada de esta estúpida conversación. Dios mío… ¿cómo es que terminé aquí? Por un momento lo observé bien, el vejete no era feo, tenia lindo rostro, incluso me parece que lo he visto en alguna parte. Pero su arrogancia, su seguridad, su diferencia de edad… todo eso me asfixiaba.
No tenia opción para nada. Si no acepto mi padre podria ir a la cárcel. Y mi familia a la banca rota. Asi que si o si, tenía que casarme.
—Acepto— dije finalmente sin mostrar emoción.
David sonrió ampliamente, como si acabara de sellar el mejor trato de su vida. Luego, con suavidad, puso su mano sobre la mía. Instintivamente quise retirarla, pero no lo hice.
—Muy bien —susurró—. Firma este papel.
Sacó de su maletín unos documentos. Los colocó sobre la mesa deslizándolos hacia mí. Los abrí temblorosa. Mi corazón se detuvo un segundo al leer cada cláusula con detalle.
No solo tendría que casarme con él, sino que debía irme a vivir de inmediato a su mansión, ser su esposa en todo el sentido de la palabra. Compartir la vida, la cama, la rutina… cumplir como esposa. Y, aunque no estuviera escrito en letras grandes, el significado estaba claro. No bastaba con llevar su apellido.
Apreté los puños sobre mis piernas mientras sentía un nudo en la garganta. Todo esto era para limpiar el fraude por el que acusaban a papá, un fraude que él jamás cometió, pero que los papeles firmados por descuido lo hacían ver como culpable. Si yo aceptaba, evitaría su condena. Lo salvaría.
Tragué saliva nuevamente. No tenía escapatoria.
—Está bien —repetí, casi susurrando, mientras entregaba el papel firmado.
David tomó el documento, revisó su firma, y sonrió satisfecho.
—Perfecto. Esta misma noche te mudarás conmigo a la mansión.
Asentí débilmente. Como un títere. Como un muñeco sin vida. Solo espero que, pase lo que pase, al menos logre salvar lo poco que aún me queda.
No sé qué me espera, pero mi padre no perderá su empresa… ni su dignidad.






