Monserrat corre peligro.

El Jeque destrozó todo lo que estaba a su lado en su despacho, la huida de su esposa lo enloquecía, ella era su todo, tenía que encontrarla y explicarle que había caído en una trampa, tenía que volver a él.

— Te voy a recuperar amor mío, porque en esta vida, solo podré amarte a ti.

(...)

Pasaron algunas horas para cuando Monserrat despertó en el avión que la llevaba a Rusia, ella sintió algo encima, se dió cuenta que un saco que olía a un varonil perfume la cubría.

Ella se removió y volteó a su lado.

— No te asustes, estabas temblando de frío, solo te preste mi saco para que tuvieras un poco de calor.

Evidentemente era un hombre, uno con voz fría, pero bastante caballeroso.

— Oh... Gracias, fue muy amable de tu parte, te devuelvo tu saco, de todas formas ya estamos por aterrizar.

— Está bien. — Respondió el hombre de forma indiferente, si ella no lo quería, no la iba a obligar a usar una prenda suya.

Poco tiempo después la azafata pidió que se abrocharan el cinturón. El avión por fin aterrizaba en ese helado país donde la dolida mujer no conocía a nadie.

— Espero que hayan disfrutado de nuestro vuelo, viajen pronto con nosotros. — La azafata despedía a los pasajeros.

— Disculpa, me puedes recomendar un hotel, vine de prisa, y no conozco a nadie en el país. — Monserrat preguntó en perfecto inglés, ella había aprendido algunos idiomas porque era importante para su carrera, más sin embargo apenas conoció a Alejandro, lo dejó todo por él, y por el bello Egipto que le encantaba por su larga e interesante historia.

Desafortunadamente hubo otra persona que la escuchó preguntar, una muy peligrosa, en Rusia los tratantes de blancas abundaban, y para mala suerte de la ojiazul, uno de ellos ya la había hecho su objetivo.

— Por supuesto, el hotel Castañas es agradable y no demasiado costoso, incluso tengo unas tarjetas aquí. — La azafata le entregó la tarjeta a la chica extranjera.

Monse le sonrió antes de retirarse, y le agradeció su ayuda, ella no vió más a su compañero de viaje cuando bajó del avión y entró al aeropuerto, salió dispuesta a buscar un taxi que la llevara al lugar que le habían recomendado, necesitaba tomarse un tiempo para pensar que haría, no contaba con que un extraño se le acercara.

— Lindura, las calles de Rusia son muy peligrosas, tendré que acompañarte, mira lo bella que eres, te voy a conseguir un trabajo donde vas a ganar mucho dinero. — Aunque el hombre vestía de traje, era una escoria de lo peor, secuestraba chicas jóvenes para después embarcarlas a otros países para venderlas y estas fueran prostituidas de día y de noche para recuperar la inversión de sus compradores.

— No gracias, no necesito tu ayuda, déjame sola. — La ex reina de belleza se abrazó para intentar cubrirse un poco del inclemente frío.

— Oye, no seas mal agradecida, solo quiero lo mejor para ti, no te pongas necia y me hagas llevarte a la fuerza.

El hombre de aspecto maduro, ya estaba mostrando su verdadera cara, tomó a Monse por el brazo, se la llevaría de todas formas, ella no conocía a nadie en el país, y él tenía muchas formas de lograr su objetivo.

Cuando un coche se acercó hasta ellos para que la subieran, en ese momento alguien los interrumpió.

— Querida, ¿Por qué estás aquí? Debiste esperarme adentro, aquí hace bastante frío. Ven aquí. — La última oración fue como una órden.

La castaña reconoció esa voz, era la misma que había escuchado en el avión, solo que no vió la apariencia del hombre, pero ahora sí.

El vestía un traje de diseñador hecho a medida, su rostro era sumamente atractivo, sus azules ojos claros como el cielo le daban un toque encantador, pero a la misma vez eran tan fríos como el hielo.

— Si, disculpa querido, la próxima vez te haré caso. — Monse intentó ir hasta él, pero el traficante de chicas no se lo permitió.

— ¿Me quieren ver la cara de imbécil? Sé muy bien que ese hombre no es nada tuyo, así que vas a venir conmigo, si insistes en meterte en lo que no te importa lo vas a pagar, hermano.

— Yo no soy tu hermano, y quita tus asquerosas manos de la señorita, o el que va a pagar las consecuencias eres tú. — De pronto el apuesto desconocido sacó de su fino saco una insignia que al mostrársela hizo que el maleante palideciera de miedo. — Interpol, ¿Quieres que haga una investigación a ti y a los hombres de ese coche que te acompañan? ¡Suéltala, es la última vez que lo diré!

— Está bien, tuviste suerte esta vez muñequita, Pero quizás para la próxima no. — Después de decirle esto a la bella mujer, el tratante subió al carro y se fueron a toda prisa.

Monserrat seguía en shock, la jóven estaba transparente como un fantasma, fue en ese momento que no pudo más y todo se apagó para ella.

Ella no lo supo, pero los fuertes brazos del atractivo ruso, la atraparon justo antes de caer a la acera. El apuesto hombre por unos momentos no pudo dejar de mirarla fijamente. Mujer más bella no había visto jamás, sus ojos eran los más hermosos para él.

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