El túnel se estrechaba a medida que avanzábamos. La humedad se adhería a mi piel como una segunda capa, y el aire denso dificultaba cada respiración. Damián iba delante, su silueta apenas visible bajo la tenue luz de la linterna táctica que sostenía a media altura. Observé su espalda ancha, la tensión en sus hombros, la manera en que cada uno de sus movimientos parecía calculado con precisión milimétrica. "Concéntrate, Elena", me reprendí mentalmente. "La clave del canal Alfa-Sierra. Eso es lo único que importa". Pero mi mente traicionera divagaba entre el peligro inminente y la inexplicable atracción que sentía hacia el hombre que caminaba frente a mí. El mismo que había arruinado mi investigación en Beirut hace dos años. El mismo que ahora representaba mi única esperanza de salir con vida. —Deberíamos girar a la izquierda en la próxima bifurcación —susurré, recordando el mapa mental que había construido durante mi investigación—. El centro de comunicaciones está en el ala este. Damián se detuvo abruptamente y se giró hacia mí. La luz de la linterna iluminó parcialmente su rostro, acentuando los ángulos duros de su mandíbula. —¿Ahora eres experta en instalaciones terroristas subterráneas? —preguntó con sarcasmo. —No, pero soy experta en investigación —respondí, manteniendo mi voz baja pero firme—. Pasé seis meses rastreando cada movimiento de esta célula. Conozco sus patrones, sus horarios, sus protocolos. —Y aun así terminaste secuestrada. El comentario me dolió más de lo que quería admitir. Apreté los dientes. —Un error de cálculo que no volveré a cometer —dije, sosteniéndole la mirada—. La bifurcación de la izquierda nos llevará por un pasillo menos transitado. Los guardias hacen rondas cada veinte minutos, lo que nos da una ventana de quince para entrar, obtener la clave y salir. Damián me estudió en silencio durante unos segundos que parecieron eternos. Finalmente, asintió. —Si te equivocas, moriremos ambos. —Si me equivoco, te doy permiso para decir "te lo dije" en nuestros últimos segundos de vida —repliqué con una sonrisa tensa. Un atisbo de diversión cruzó su rostro antes de volver a su expresión impenetrable. Se giró y continuó avanzando, esta vez siguiendo mi indicación hacia la izquierda. El túnel se ensanchó ligeramente, dando paso a un corredor con tuberías oxidadas que recorrían el techo. Nuestros pasos, por muy cautelosos que fueran, resonaban contra las paredes de concreto. Cada sonido me ponía más nerviosa, cada sombra parecía esconder una amenaza. —¿Cómo sabes que la clave estará allí? —preguntó Damián en un susurro apenas audible. —Intercepté comunicaciones. El canal Alfa-Sierra es su línea directa con los líderes en Europa. Cambian la clave cada setenta y dos horas, y la mantienen en una terminal aislada, sin conexión a redes externas. —Impresionante —concedió, y por un momento detecté genuino respeto en su voz—. ¿Y cómo planeas acceder a esa terminal? Saqué del bolsillo interior de mi chaqueta un pequeño dispositivo del tamaño de una memoria USB. —Con esto. Un extractor de datos que diseñé específicamente para este tipo de sistemas. Tres minutos conectado y tendremos la clave. Damián tomó el dispositivo, examinándolo con curiosidad. —¿Lo diseñaste tú? —preguntó, devolviéndomelo—. Parece trabajo de inteligencia militar. —Tengo muchos talentos que no conoces, Blackthorne —respondí, guardando nuevamente el dispositivo—. No todos los periodistas nos limitamos a escribir artículos. —Claramente —murmuró—. Empiezo a entender por qué eres tan valiosa para ellos... y tan peligrosa. Sus palabras provocaron una extraña sensación en mi pecho. ¿Era eso un cumplido? Antes de poder responder, Damián levantó su mano en señal de alerta. Nos detuvimos instantáneamente. Pasos. Alguien se acercaba. Damián apagó la linterna y me empujó contra la pared, cubriendo mi cuerpo con el suyo. Su respiración rozaba mi mejilla, su corazón latía contra mi pecho. Estábamos tan cerca que podía sentir el calor emanando de su cuerpo, mezclándose con el mío. Los pasos se acercaban. Un guardia, probablemente haciendo su ronda antes de lo previsto. Mi mente trabajaba a toda velocidad, calculando opciones, evaluando riesgos. —Déjame a mí —susurré contra su oído. Antes de que pudiera detenerme, me separé de él y avancé unos pasos por el corredor. Adopté una postura desorientada, despeinándome deliberadamente y rasgando ligeramente mi camisa. Cuando el guardia dobló la esquina y me vio, su sorpresa fue evidente. —¿Quién eres? —preguntó en árabe, levantando su arma. —Me perdí —respondí en el mismo idioma, con voz temblorosa—. Uno de los hombres me trajo aquí, pero desapareció. Por favor, no me hagas daño. El guardia entrecerró los ojos, claramente sospechando. Se acercó, manteniendo su arma apuntada hacia mí. —No hay mujeres autorizadas en esta sección —dijo, acercándose más—. Voy a tener que... No terminó la frase. Damián apareció detrás de él como una sombra, aplicando una llave precisa que lo dejó inconsciente en segundos. Atrapé el cuerpo antes de que golpeara el suelo, evitando hacer ruido. —Imprudente —siseó Damián, mientras arrastrábamos al guardia hacia un rincón oscuro—. Podrías haber muerto. —Pero no lo hice —respondí, quitándole el comunicador al guardia—. Y ahora tenemos esto. Nos avisará si vienen más. Damián me miró con una mezcla de irritación y algo más que no supe identificar. ¿Admiración? ¿Preocupación? —No vuelvas a hacer algo así sin consultarme —dijo finalmente, revisando el arma del guardia antes de guardársela—. Somos un equipo, te guste o no. Un equipo. La palabra resonó en mi mente mientras continuábamos nuestro camino. Nunca había sido buena formando parte de equipos. Siempre había trabajado sola, confiando únicamente en mis instintos y habilidades. Pero aquí estaba, en las entrañas de una fortaleza terrorista, dependiendo de un hombre que representaba todo lo que había combatido en mi carrera. Y lo más perturbador era que, por primera vez en mucho tiempo, no me sentía completamente sola. Y esa sensación, más que las balas o las amenazas, era lo que realmente me aterraba.