El ser sobrenatural ya había obtenido el permiso de la bella platinada para hacer ese ritual que solamente el conocía. Eso era todo lo que necesitaba para comenzar.
  — Bien, ven aquí, párate y cierra los ojos, no los vayas a abrir hasta que yo te diga, si los abres después no me culpes si te traumas, será solo tú responsabilidad.
  El vampiro caminó alrededor de Elizabeth, tenía que encontrar el punto exacto en donde estaba esa luz que permanecía atrapada, hasta que por fin la sintió al lado derecho de su pecho.
  El rey puso una de sus manos ahí, para ese momento ya había dejado salir un rostro no tan perfecto como el que mostraba, ahora tenía colmillos que se asomaban por sus labios, sus mejillas hundidas y ojos brillantes revelaban su poderosa magia.
  Las uñas largas y afiladas pasaron por la piel blanca y suave de Elizabeth. Ella tembló un poco al sentirla.
  — ¿Me harás daño? ¿Vas a matarme? — Ella pensó que tal vez había sido demasiado ingenua y que había confiado en el re