*Elizabeth ven a mi*

Damiano Gambino, no les iba a dar detalles a sus hermanos de lo que había estado haciendo, aunque por su desnudes y por la cama destendida era más que obvio que había pasado la noche con una mujer, tenían toda la razón de estar molestos, sí, pero... ¿Les iba a permitir gritarle? Eso por supuesto que no.

— ¡Te puedes callar Emiliano! ¡sé muy bien que no estamos para andar por ahí follando, no sé cómo pasó esto, pero no me vas a gritar, aquí yo soy el Alfa líder, ya deberías de tenerlo claro! — El Alfa rugió, imponiendo su mandato y hablando en perfecto italiano.

De pronto se escucharon las sirenas de las patrullas que habían recibido el llamado de un disturbio en ese bar de moda, venían a levantar el reporte y a arrestar a todo el que estuviera implicado en los asesinatos, se tenían que marchar de ahí a toda prisa.

— ¡Tenemos que irnos, después se toman el tiempo para sus alegatos, si nos atrapan aquí nuestro rostro quedará expuesto y eso no nos conviene! — El Alfa menor Massimo, apresuraba a sus malhumorados hermanos.

Todos salieron apresurando el paso, cada quien se montó en un auto diferente con su respectivo beta, el Alfa Damiano, seguía perdido en sus pensamientos recordando todo lo que había hecho con esa mujer, venía a su mente una y otra vez un lunar en forma de corazón en su seno derecho, era una marca muy especial.

El Alfa, no acostumbraba a liarse con cualquiera pero entre las mujeres que habían pasado por su cama, esta mujer sin duda era la más hermosa que alguna vez y a la que había sentido de forma diferente, si no fuera por la maldición que aquella bruja le puso cuando la rechazó y se negó a hacerla su luna, diría que por fin la había encontrado, que había encontrado a su tan anhelada luna.

— Alfa — El beta Antonino, se quitó el saco de su traje y se lo dió a Damiano, para que cubriera su desnudes, era temprano por la mañana, era normal que su miembro se encontrara despierto.

— ¿Por qué quieres que me cubra? No es la primera vez que me ves desnudo — El Alfa, enarcó una de sus perfectas cejas oscuras, mientras sostenía el saco en su mano.

— Si, pero no de tan cerca, ni con la polla despierta, me estás poniendo nervioso Damiano, solo cúbrete si no quieres que choque.

El Alfa de no muy buena gana se cubrió un poco para después regresar de nuevo a recordar a la chica con la que se acostó.

(...)

Elizabeth regresó a su pequeña pero hermosa mansión, la tenía porque había sido herencia de sus padres, su esposo Nicolai Petrovski, ya había comprado una gran y lujosa villa para ellos en la que vivirían después de casarse, pero después de que él se fue de viaje no había querido ir ahí.

Ahora que se había entregado otro hombre no iría jamás. Lo peor era que por más que trataba de arrepentirse había algo en su interior que no se lo permitía, algo en ella le gritaba que había hecho lo correcto y no entendía por qué.

Apenas entró se fue directo a su habitación, por fortuna le había dado vacaciones a su personal de servicio, no quería ser vista llegar con la ropa desgarrada y en tan mal estado, tomó del botiquín un par de analgésicos y se los tragó con un poco de agua, después se metió en la bañera para limpiar de su cuerpo lo que ese hombre desconocido dejó en su interior.

Elizabeth, no supo por cuánto tiempo lloró dentro de la tina de baño, se sentía agotada físicamente y emocionalmente, parecía que últimamente nada iba bien en su vida, como pudo secó un poco su cuerpo y se metió a la cama para quedarse profundamente dormida, pero ni en sus sueños podía dejar de pensar en ese apuesto Adonis.

En la misma ciudad mientras se daba una ducha con los ojos cerrados y en su mente los besos dulces de la mujer a la que tomó, estaba el Alfa Damiano... poco antes había visto correr junto con el agua, la sangre que mostraba que había robado la primera vez de la hermosa chica, él había sido su primer hombre, por todas esas razones y por no poderla sacar de la cabeza, se había propuesto buscarla hasta dar con su paradero.

Una vez vestido, el Alfa Damiano salió de su habitación para encontrarse con sus hermanos, debían recontar los daños y decidir que paso iban a dar a continuación, esta afrenta no quedaría sin ser castigada.

— Vaya, hasta que te dignas a aparecer — El Alfa Emiliano, habló sarcástico a su hermano mayor

— Ya estoy aquí Emiliano, ¿cuál es el reporte de los daños que tenemos? ¡Quiero saber todo lo que los informantes tienen de esos bastardos americanos! Supongo que ya los tienes trabajando en eso, ¿cierto? — El frío Alfa no tenía tacto cuando se trataba de trabajo, ni siquiera con sus hermanos, él era exigente, estricto y muy perfeccionista.

— Por supuesto, sé perfecto cuál es mi trabajo Damiano, me preguntó si tú todavía lo sabes, jefe. — Respondió molesto Emiliano.

— ¿Pero qué les pasa a ustedes dos? ¡si papá, viviera y los viera que se la llevan peleando como el perro y como el gato, estaría demasiado enfadado, ya se habría vuelto a morir de un coraje!

Maurissio Gambino, fue quién recogió a los tres hermanos de la calle, un día que había tenido un enfrentamiento con sus enemigos, los había encontrado en un callejón oscuro donde se escondió para no ser asesinado por la mafia rival.

El mafioso italiano, al verlos tan desamparados los llevó con él a su mansión, ahí los alimentó, los mantuvo limpios y les contrató maestros privados.

Los primeros meses ellos no mostraron su verdadera naturaleza, hasta que un día al llegar de imprevisto de un viaje de negocios, los encontró en su forma de cachorros jugueteando entre los sillones donde se suponía que debían estar los tres niños.

Eran tres cachorros de lobo color negro con pelaje plata en las patas, sus ojos verdes brillaban de forma intensa, aunque eran pequeños su aura era sorprendentemente poderosa, el inteligente mafioso no tuvo más que sumar dos más dos para saber de quienes se trataban.

Por unos momentos el silencio total reinó en el lugar, pero unos minutos después, Maurissio, los llamó a su lado.

— Vengan acá chicos, vengan a recibir a papá. — los cachorritos se apresuraron a saltarle encima, le hacían arrumacos y le gruñían el costoso traje que portaba, pero eso a él no le podía importar menos, lo que estaba era fascinado de lo que acababa de descubrir.

— A partir de ese día se dedicó de lleno a criar a sus hijos, apenas fueron unos adolescentes, los entrenó personalmente para que aprendieran sobre el negocio, de inmediato supo que Damiano era el líder, sus hermanos pequeños lo seguían en todo, él era su ejemplo a seguir, y que se convertiria en un poderoso Alfa.

Emiliano, era el más rebelde, aprendía rápido pero le gustaba cuestionar todo, a veces solamente por el gusto de hacerlo, era un muy buen estratega.

Massimo, era el más juguetón de los tres, pero era travieso, no dejaba zapato o sillón sin ruñir, poco le importaban las amenazas de su padre, fingía aprender la lección pero al poco tiempo volvía a las andadas, él era junto con su hermano Emiliano, el que se encargaba de la tecnología y de tener a sus hombres en puntos estrategas que beneficiaran a la organización.

Por fin los hermanos se concentraron en lo importante, asesinar y quitarles el negocio a los traidores que intentaron matarlos, ese sería el siguiente paso, así que se pondrían en esas apenas llegaran a Italia a reorganizarse.

Mientras tanto, Elizabeth despertó casi al anochecer, tenía una sed atroz, la resaca la estaba matando, bajó a la cocina a beber agua y a prepararse algo de comer, estaba en eso cuando por su mente pasaron una imágenes, alcanzó a ver el rostro del hombre que le hablaba, era él, el mismo que la tomó podía escucharlo llamarla *Elizabeth ven a mí....*

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