Zane
El olor a sangre impregnaba el aire. Zane se mantenía erguido en medio del campo de batalla, su respiración agitada y su cuerpo cubierto de heridas que comenzaban a sanar lentamente. A su alrededor, los cuerpos de los enemigos caídos y los aullidos de victoria de su manada confirmaban lo que ya sabía: estaban ganando.
Pero el precio había sido alto. Demasiado alto.
Sus ojos recorrieron el terreno, contando mentalmente a cada uno de los suyos que yacía inmóvil sobre la tierra húmeda. Guerreros valientes que habían dado su vida por la manada, por él, por Luna. El peso de esas muertes se clavaba en su pecho como una daga de plata.
—Alfa —la voz de Derek lo sacó de sus pensamientos—. El flanco este está asegurado. Los pocos que quedaban han huido.
Zane asintió, limpiándose la sangre del rostro con el dorso de la mano.
—¿Bajas?
—Doce de los nuestros —respondió Derek, con la voz quebrada—. Cinco heridos graves, pero sobrevivirán.
Doce. Doce lobos que no volverían a correr bajo la luna