El sonido de sus propios pasos sobre las baldosas del pasillo le parecía más fuerte de lo normal. Un eco seco, insistente, como si el suelo le devolviera cada pensamiento que no podía callar.
Ángel caminaba sin apuro, pero por dentro sentía que algo no dejaba de correr. Era como si llevara un reloj descompuesto en el pecho: las agujas giraban sin control, marcando horas que no existían, tiempos rotos. El reloj de la entrada marcaba las ocho treinta y cuatro de la mañana A esa hora, el hospital todavía no se llenaba. El turno de la noche ya se había ido. Algunos enfermeros pasaban de un lado a otro con carpetas en mano, rostros cansados, envueltos en la misma rutina de siempre, los carros de comida y lavandería comenzaban sus vueltas por los pasillos...Todo parecía igual, todo, excepto él. Nada en su exterior lo delataba, pero por dentro había algo que se había desplazado. Como si una pieza invisible se hubiese salido de su lug